@|Desde hace tiempo escuchamos las deprimentes e impactantes noticias que llegan desde el extranjero, cuya mera enumeración superaría la guía telefónica de la nación más poblada del mundo. A sus serios problemas epidemiológicos se suman los económicos, políticos y sociales.
Pero no menos preocupantes son las del ámbito nacional. Me refiero a cómo encaran, algunos ciudadanos en general y políticos en particular, nuestro futuro inmediato mediante sus actitudes y comentarios sobre los asuntos cotidianos y el accionar del gobierno.
La libertad es libre… y sólo la rige la Física (dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio). Si mi libertad compromete la ajena, deja de serlo. Siempre es más importante el todo que la parte o dicho de otra manera, “el fin último y el más singular que los seres humanos deben procurar: es el bien de la mayoría”. Ya se lo decía J. G. Artigas a Félix Gómez en 1801: “Cuando se trata de salvar los intereses públicos, se sacrifican los particulares”.
Todos tenemos derecho a opinar. Aprovechando esta potestad, nuestro país tiene una altísima tasa de opinólogos. No importa el tema y si no se lo conoce o domina. Pero se aprovecha esa libertad para creer que se tiene derecho. Entonces escuchamos a gratuitos charlatanes que desde una cómoda postura cuestionan a los que hacen en vez de hablar, o cobardes en red que se olvidaron de lavarse la boca.
El lógico rol de una oposición política es controlar constructivamente el quehacer público. Lástima que se confunda “cons” con “des”; se busque el pelo en el huevo y no se aporten soluciones a pesar de haber sido electos para ello (y muy bien remunerados… por todo el pueblo).
Si se detecta un delito es bueno que se lo denuncie y sancione, quienquiera lo cometa y cualquiera sea su entidad. Pero cuestionar una nimiedad cuando los problemas que nos aquejan tienen la entidad de una epidemia devenida en pandemia, saboteando el todo por la parte, es perder la rama por una hoja, el tronco por una rama o el bosque por un árbol y olvidar que una hoja del árbol no representa su copa, su tronco, sus raíces, sus frutos ni su sombra.
Cuando la situación económica y social de un sector importante de nuestros conciudadanos está rozando la miseria física y espiritual… es una obscenidad poner la lupa en la parte por el todo e insisto: perder la rama por una hoja, el tronco por una rama o el bosque por un árbol y olvidar que una hoja del árbol no representa su copa, su tronco, sus raíces, sus frutos ni su sombra.
Cuando los logros históricos están siendo amenazados por una realidad exterior que aún no ha sido superada, entonces no entendemos la metodología menor de quienes se dicen servidores públicos, defensores de nuestros derechos y de nuestro bienestar, blandiendo una ideología que prioriza el poder autócrata sobre las conquistas democráticas vigentes. Ya lo vaticinaba A. Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
En la escuela nos decían que los indios se aliaban para enfrentar al enemigo. ¿Acaso esos indígenas de arco y flecha eran más inteligentes que nosotros? ¿Es tan difícil cumplir la voluntad de Artigas cuando pedía que “en lo sucesivo sólo se vea entre nosotros una gran familia”?