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Protestas en Nicaragua

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Una película repetida

@|El guión es el mismo. Un hecho puntual desencadena una ola de manifestaciones que, aunque tienen una causa de origen, en realidad son la respuesta al cansancio generalizado de los ciudadanos oprimidos y angustiados. 

En Venezuela, las manifestaciones de 2014 iniciaron en Táchira y Mérida, por episodios de inseguridad donde las víctimas fueron dos estudiantes. De allí derivó en una respuesta masiva por parte de los estudiantes universitarios en todo el país a la que se unió la sociedad civil y partidos políticos de oposición. Vieron su punto más alto entre febrero y mayo de ese año, dejando un saldo de 43 muertos y al principal líder de oposición de entonces, encarcelado. 

Durante esos meses, la censura a los medios –bastante mermados de por sí- que cubrían las protestas desembocó en un estado de desinformación, en el que las redes sociales se transformaron en la ventana única para entender medianamente lo ocurrido. Noche tras noche, el reporte diario entre Twitter, Facebook y audios de Whatsapp sin autoría clara, daba una idea de la cantidad e identidad de los asesinados y de los detenidos. Con el correr de las horas la noticia fidedigna se iba filtrando entre los rumores, porque así se abre camino la información, a través del empoderamiento ciudadano concretado en las redes sociales, cuando la censura se hace ley, con todo lo que ello implica.  

Finalmente, las protestas mermaron con el anuncio de una mesa de negociación entre gobierno y oposición, mientras se militarizaba el Estado Táchira, el lugar donde todo comenzó y donde las protestas fueron sumamente endurecidas. Después de eso nada cambió. Aquella mesa de negociación no fue más que un método de las fuerzas de poder para frenar las manifestaciones. La persecución a opositores, el enjuiciamiento de los detenidos durante las imputados por terrorismo entre otros similares fueron las acciones siguientes –muchos siguen detenidos- con lo cual solo produjo más miedo y desesperanza. Muy pocos en la comunidad internacional alzaron su voz de condena. 

Luego, en 2017, la anulación expresa del Parlamento por parte del gobierno de Maduro, constituyó un golpe a la institucionalidad democrática –o el reducto que quedaba de ella- y desató una segunda ola de protestas, mucho más cruenta y generalizada, dejando un saldo de más de cien asesinados. La represión fue mucho más salvaje y la censura más evidente. 

Nuevamente una supuesta mesa de negociación con el Vaticano como garante, apagó las protestas. Esa negociación tampoco llegó a buen puerto y dejó sentado que ese método de resolución de conflictos nunca fue usado con la intención real de llegar a una solución. Cuando menos, esta vez las protestas sí lograron levantar la mirada del mundo y reconocer el calvario que vivimos los venezolanos desde hace ya bastante tiempo. 

Ver las imágenes de Nicaragua es reeditar el dolor. Para ese país las noticias no son buenas. Mis amigos nicaragüenses deben saber que las fuerzas represoras del Estado no se detendrán, verán a uno que otro represor dejar sus armas en favor de los manifestantes, pero no serán todos ni tampoco serán la mayoría, porque ellos también tienen miedo, y han decidido que van a salvarse primero, aunque eso signifique bajar la cabeza. 

La única y más importante diferencia es que, viendo lo ocurrido en Venezuela, los nicaragüenses tienen en las manos el periódico de ayer y saben al menos un modo en que puede terminar lo que están viviendo y quizá puedan partir de la experiencia venezolana evitando los errores cometidos en mi país por todos los factores de poder. 

Confiemos en que su futuro sea distinto, esperemos que no se derrame más sangre inocente, esperemos que la libertad y la democracia triunfen.

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