@|Es un hecho que los efectos, tanto físicos como psíquicos, de este flagelo de nuestra sociedad son ignorados, o por lo menos gravemente menospreciados, por nuestra legislación así como por la autoridad que debe velar por la seguridad ciudadana expuesta a estos efectos.

El ruido es energía acústica que impacta en un sujeto (receptor) que no la desea, emitida por la acción de otro sujeto (emisor), que mueve las partículas de aire en contacto con el receptor y propagan este movimiento a la piel y los órganos internos de éste.

Las leyes que gobiernan la emisión, propagación y recepción de las ondas de energía acústica, existen pero son insuficientes e insuficientemente estudiadas y conocidas, a todo nivel educativo y administrativo concerniente.

Según la intensidad y la duración del impacto, los efectos psíquicos (inquietud, molestia, ansiedad, angustia) y físicos (vibración, oscilación, calentamiento de los órganos) lesionan al sujeto receptor momentánea o permanentemente.

El grado de estas perturbaciones o lesiones está perfectamente determinado y escrito en los textos científicos correspondientes, accesibles a quien quiera enterarse.

Es por lo tanto imprescindible adecuar la legislación a estos hechos, haciendo efectivo la aplicación del artículo de nuestra Constitución que declara que “Nuestro hogar es un sagrado inviolable” por una parte y a la protección que cada individuo merece, por otra parte, dándole a una onda de energía el mismo valor dañino que a otra partícula o instrumento material y protegiéndonos, dentro y fuera de nuestro hogar, del mismo elemento agresor. Con ello creo que se eliminaría uno de los principales factores irritantes de la ya muy dañada forma de convivencia ciudadana.

La traducción de estas necesidades en hechos es tarea de nuestros asesores científicos, senadores, diputados, jueces y gobernantes y sólo podemos pedirles y demandarles que lo hagan ya.