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Política en tiempos de redes sociales

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@| El pasado domingo voté por primera vez. Pero no fue mi primer contacto con la política.

Milito desde los 14 años, integrando diversas agrupaciones. Mi nombre figuró en listas de las dos últimas elecciones de jóvenes del Partido Nacional. Asistí a plenarios, conversé con dirigentes, consejales y legisladores, repartí listas con la bandera de Aparicio Saravia al hombro. Pero me tocó militar en una era complicada, donde el terreno de juego no son las calles, sino las redes sociales.Si bien el internet ya no es novedad, para esta campaña llegaron los memes, las imágenes trucadas, fake news, videos y audios virales. Estamos ante un estímulo permanente de información; al alcance de nuestras manos se encuentran todos los datos, pero no necesariamente contamos con las herramientas para clasificarlos y propagarlos de manera responsable. Y más allá de la peligrosa práctica del compartir automático – que reenvía hasta el hartazgo un mensaje sin el checkeo previo de la información – éste año electoral instaló un ingrediente deplorable en el campo virtual: la ola intolerancia.

Sin temor a exagerar, me atrevo a decir que desde el 27 de octubre no puedo agarrar el celular para ver la hora sin encontrar un mensaje malintencionado en una de mis redes (en donde sólo comparto contenido programático y publicitario a favor del proyecto país que elijo. En otras palabras, no hago campaña en contra, sino a favor). Pero independientemente de lo friendly de mis publicaciones, todas son inmediatamente replicadas de forma agresiva.

Es el mandato que llegó de arriba: conseguir que 5 personas viren su voto al Frente Amplio de cara a la segunda vuelta. Pero hay formas y formas. Estos reclutantes de votos de frente ofensivo, vienen en dos tipos: por un lado los netamente agresivos, que directamente insultan o esgrimen como arma la impresión que guardaban de tu persona previo al año electoral. No saben la cantidad de veces que me estamparon el tan deplorable “parecías una mina inteligente”. ¿Acaso mi inteligencia se define como la afinidad que pueda o no tener para con tu manera de pensar?. Los anglosajones definirían esta discusión como patronizing behavior; básicamente ningunear a quien piense distinto al poner tu postura como la única opción legítima. Bastante patotero, ¿no?

Pero en la otra vereda están aquellos que “no te quieren convencer”. Lo aclaran de primera, como si uno hubiese expresado un margen de indecisión que habilitara la opción de “convencerme”. No te quieren convencer, pero pasan a reenviarte las mismas imágenes virales que ya viste, para justificar su odio por tu postura. ¿Quién te preguntó? - diría mi hermano. Pero yo no lo digo, porque me harté de discutir.

Después de militar por 7 años, de esperar impaciente el momento de ejercer mi deber cívico en las urnas, estas elecciones me encuentran con una angustia envolvente. Porque la agresividad estaba en el aire, y consideré callar mi visión para evitar problemas. Porque bastante mala leche tiene uno en el trabajo, en la casa, en la calle; como para también tener que recibir violencia en las redes, que pretenden ser una herramienta de ocio.

Pero no es justo que algunos puedan vivir su militancia como un carnaval y otros tengamos que recluirnos porque nos atacan.

Dicen que una de las mayores causas de trastornos de ansiedad y depresión en nuestra generación es la necesidad permanente de aprobación que nos generan las redes sociales. Yo no decido mi voto en base a la popularidad que mi postura pueda garantizarme entre mis pares; y esa seguridad en una juventud que nos hicieron creer era apática y descreída de la política, molesta.

Soy mujer, joven, docente y parte de la escena musical montevideana. Y soy blanca. Pero a aquellos que tienen arraigado un oficialismo que se apropió de cuanta lucha social surgió, esta combinación les parece incongruente. No podes ser mujer/joven/artista/LGBT+/docente/clase obrera/ y un eterno etcétera sin ser de izquierda. No podes – y si lo sos, desafiando todas las leyes de status quo – sos invisible. Quizás aquellos que crecieron en gobiernos del Frente Amplio con mayorías parlamentarias, y creen en esa forma de manejar el país, se acostumbraron tanto a ser quienes toman las decisiones que no logran convivir con una opinión distinta que empieza a hacer ruido. Es esa gente joven la que ataca en redes, la que responde con agravios el positivismo. Son esos los que, “conquistando” lugares, los van haciendo hostiles para el resto. Es así como, quienes no apoyamos al partido de gobierno, no podemos participar en gremios estudiantiles, carnaval, colectivos sociales varios; y ahora tampoco somos bienvenidos en las redes.Yo nací y crecí siendo oposición. Pero tengo una voz, y aunque tanto odio me llegue, pienso usarla de acá al 24 de Noviembre; y durante los 5 años que le sigan, independientemente de quién sea gobierno. Aunque no puedo evitar preguntarme, ¿qué país pretendemos construir invalidando a fuerza de prepotencia a aquel que piensa distinto?

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