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Obligados a no opinar

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@| El sábado 19 de enero pasado hay una columna de opinión del Sr. Francisco Faig titulada Política e Iglesias. En dicha columna se vuelven a repetir enfoques simplistas y vetustos sobre la relación de la Iglesia y el Estado. Tampoco se sabe bien en la columna si es contra la Iglesia Católica, sobre cualquier otra organización de creyentes, o sobre, y acá está lo más grave, si es en contra de que una persona puede ser creyente en Dios y a la vez tener una relación con el Estado.

Porque parece que esto es lo que se busca. No solamente que uno no profese su fe (entendible esto en algunos casos), sino que parece se sobre entiende que si una persona adhiere a una religión, ésta le tuerce todos sus razonamientos, y obliga a que todos sus conclusiones terminen con la apostilla “porque Dios así lo quiere”. ¿Puede la gente que sostiene esto darle la chance a, por ejemplo, un católico que de argumentos sobre algún tema? Porque acá sí el debato democrático se vuelve imposible, cuando las personas como el Sr. Faig piensan que lo que dice un católico es, de antemano, sin rigor científico. Como que un católico no puede opinar de nada. Como si para justificar que 2+2=4 hay que recurrir al magisterio de la Iglesia y la Revelación Divina. O hay un prejuicio enorme, o una ignorancia en ver la calidad de los argumentos frente a los diversos temas. O ambos a la vez.

Se vuelve a caer, una y mil veces, no en la sana laicidad, que respeta el sentir religioso de los ciudadanos, pero no proclamando una fe oficial. Como dice el fundador de la Iglesia, dando al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Acá es un laicismo imperante, no permitiendo ni siquiera debatir el tema, y burlándose de antemano de la posición de una de las partes.

Esperemos, por el bien de la democracia, que estas actitudes discriminatorias sean superadas, y lograr dar las discusiones con los argumentos adecuados en el plano que se requiera.

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