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Un monumento para Don Daniel

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@|Cuando falleció Daniel Vidart, el 14 de mayo pasado, me encontraba en Marindia. 
Tras el primer gran sacudón, pude evocar unas cuantas cosas.

La primera, aquella tarde de hace tres veranos, cuando desde el mismo lugar del kilómetro cuarenta de la ruta Interbalnearia, me calcé unos championes y un pantalón cortito, y caminé un par de kilómetros para visitarlo en su casa de El Fortín de Santa Rosa, es decir el balneario de al lado, camino hacia Atlántida. Me recibió Alicia, su mujer, quien me aguardaba en la puerta para ayudarme a ubicar ese sitio paradisíaco en el que estaban viviendo.

Pocos años antes, por el 2011, el querido Daniel me había cobijado en su casa de la calle Zubillaga, en Pocitos, durante una quincena. Por entonces, yo presentaba en Montevideo un libro con prólogo suyo, que hoy constituye uno de mis principales legados intelectuales. Porque no fueron unas líneas de circunstancia, sino cuatro páginas elaboradas con su impronta, su análisis, su inteligencia prodigiosa.

En su casa de El Fortín, me mostraba con legítimo orgullo el espacio verde donde se iría a construir la biblioteca que albergaría los ocho mil volúmenes de libros, o más, que él atesoraba. Ello finalmente no se concretó. Una pena.

La inmensa obra intelectual de Daniel Vidart nos debe provocar un espacio para la reflexión. Y en este sentido, se me ocurre recordar la canción “Estamos acostumbrados”, de Pablo Estramín. Dice que “los hijos del Uruguay” estamos acostumbrados a caernos y levantarnos, y volver a tropezar.

Pero también es cierto que nos hemos acostumbrado a ser poseedores de muchísimas fortalezas a través de la historia. Empezando por el fútbol. Campeones universales varias veces, al frente de la estadística en la Copa América. Un sinfín de triunfos y de estrellas dispersas por el mundo.

Pero también –y sobre todo- en el plano cultural. Un Daniel Vidart es palabra mayor, aunque no será el primero ni el último, porque el Uruguay es pródigo en intelecto y en intelectuales. Pero por estar acostumbrados a estas y otras abundancias, no nos damos cuenta. De lo contrario, ya tendríamos que tener por lo menos, el diseño y el espacio físico para instalar un monumento para Don Daniel.

¿Por qué no?, instalarlos en una misma plaza junto a Idea Vilariño, Amalia de la Vega, Mario Benedetti y Eduardo Galeano, con quienes también estamos en deuda.

Empecemos ahora. Que el “acostumbramiento” no se convierta en olvido.

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