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El mito de los uruguayos educados

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@|En la última Copa Mundial de Fútbol desarrollada en Rusia, fue noticia que los aficionados de Japón, luego de cada partido, limpiaron las gradas que habían ocupado quitando todo lo que ellos mismos, durante la euforia del partido, habían tirado. 

Esto no debería ser noticia si el mundo realmente tuviera una pizca de sentido común, pero lo es; precisamente porque es una rareza que haya personas que hagan lo que se debe hacer y no lo común, que es vivir como cerdos tirando desperdicios aún donde viven y comen. 

Pero esta noticia tuvo el colofón de que un grupo de hinchas de la Celeste tuvieran la luminosa idea de vestirse algunos como escolares con túnicas blancas y moñas azules, supongo que en un homenaje al Maestro Tabárez, director técnico de la Selección, e imitar a los japoneses juntando lo que habían tirado, aunque se olvidaron de llevar bolsas, por lo que se limitaron a hacer bultos de desperdicios. 

Hace unos días, una internauta de Argentina me decía que los uruguayos somos gente educada. Inmediatamente y aunque lo lamento, le dije que eso es un mito y que no es así, pero me siento bien de que le haya tocado conocer a esa minoría que espero constituir no “de uruguayos u orientales”, sino de seres humanos que fuimos educados en un pensamiento lógico y tan simple que parece que a muchos se les escapa y es el de hacer para uno y para lo demás lo mejor posible en todos los aspectos. Lamentablemente acabo de recorrer el parque interno de las viviendas donde vivo caminando por senderos cuarteados por el tiempo y el descuido, rodeado de montañas de basura que mis adorables vecinos tiran como si tal cosa.
Uruguay es un país que tiene buena prensa porque sabemos ser excelentes hipócritas a la hora de juntarnos con otra gente y parecemos educados y pulcros pero en general somos sucios, descuidados y mal educados a la hora de convivir entre nosotros. No nos importa si molestamos a los vecinos, quién se hará cargo de nuestra basura o que los demás se embromen a costa nuestra. 

Todas las mañanas tomo el ómnibus casi lleno y debo caminar haciendo zig zag hasta el fondo pidiéndoles permiso a muchas personas que se quedan paradas en cualquier lugar, sin importarles que quede gente sin subir.
Hay innumerables aspectos que ilustran la mala educación de mis conciudadanos. Basta ir al supermercado: en la cola me empujan con el carro e intentan colarse y nunca piden disculpas. En la caja me ponen sus artículos encima de los míos o me dejan el carro vacío adelante cuando se retiran, esto sin olvidar que tres cuartas partes de los lockers están rotos porque los rompen a golpes cuando se olvidan de las llaves o sencillamente para robarse los bolsos de la gente. 

Si voy a ser atendido en la Intendencia u otra dependencia del Estado generalmente paso a mi faceta de “hombre invisible”, porque nadie me ve y miren que soy alto, mido 1.82 y sin ser gordo estoy anchito, así que generalmente espero un rato y opto por retirarme e ir a otro lado o pregunto si allí atiende alguien o hay un paro sindical y yo no lo sabía.
Obviamente se enojan. 

En este momento en Uruguay y específicamente en Montevideo, porque aún en el interior no todo está tan mal, ser educado es un acto de locura o sencillamente revolucionario. 

La gente me mira como el loquito, porque pido permiso y doy las gracias. Así me educaron mis padres que jamás pasaron de segundo de escuela porque ambos eran inmensamente pobres, uno en Montevideo y otra allá en la lejana cuarta sección del departamento de Lavalleja. Quizás aquellos tiempos de los años sesenta y setenta en que me tocó ser niño eran diferentes y quizás allí sí el eslogan de que los uruguayos somos educados y gente de bien fuera cierto. 

Pero volviendo a un ejemplo que implica a los japoneses, allá por el 2012 mi amigo César me invitó a acompañar a dos amigas del Japón al Museo Blanes, una de ellas trabajaba en su embajada y la otra venía de vacaciones. Luego de visitar el museo fuimos caminando a un boliche que queda bastante cerca y tras recorrer algunas cuadras sorteando la basura y el descuido con auténtica vergüenza, les pedí disculpas por mis compatriotas y su falta de consciencia social. Una de ellas sonrió sin decir nada y la otra me contestó: “Sí, ya me había dado cuenta”.

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