@| “El silencio de los otros. Nace tímido y muere cómplice. El silencio de los otros. Nos aturde por las noches”.
Mucho se ha trabajado -y mucho queda por trabajar- sobre cómo actuar como institución frente a un caso de maltrato.
Hasta no hace mucho, cuando un niño decía que otro niño lo había insultado o lastimado, se convocaba a ambos o sólo al “agresor” para hablar sobre lo sucedido. Eso ya no es así: se trabaja con el hostigador, pero también se trabaja con el grupo que, de alguna manera, es cómplice y no se puede desentender del tema. Ya sea por su postura de enaltecer al agresor, o por su silencio. Un silencio que puede tener origen en el temor de ocupar el lugar de víctima y termina actuando como instinto de autopreservación.
Este es un ejemplo que podría ser trasladado a otras esferas sociales del mundo adulto.
¿Qué pasa cuando una institución no da lugar a la palabra y castiga el disentimiento?
¿Las personas que trabajan allí se sienten respetadas y valoradas? ¿Trabajarán con el mismo ímpetu y esfuerzo por una causa ensombrecida? ¿Tienen miedo?
¿Qué pasa cuando se denuncia maltrato y la respuesta es la desacreditación o minimizar lo sucedido?
¿Nos vamos a conformar con pensar que estas cosas pasan? ¿Podemos como sociedad modificar esto y que el talento sea la base del crecimiento?
Y… por casa: ¿cómo andamos?