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Llueve veneno

@|Según “Repórter Brasil” y “Agencia Pública”, medios de comunicación dedicados al periodismo medioambiental y de investigación, 30 mil hectáreas de vegetación nativa fueron envenenadas para acelerar la deforestación en el estado amazónico de “Mato Grosso”, entre los años 2010 y 2020. Para tener una imagen (idea) de ese territorio devastado, podemos pensar en unos 30 mil estadios de fútbol.

El principal objetivo de esta lluvia química es matar la floresta y facilitar la tala para crear praderas que servirán para el monocultivo y la cría de ganado bovino.

El Ibama (Instituto Brasileño de Medio Ambiente) halló, entre los agroquímicos empleados por los envenenadores de la selva, herbicidas (glifosato y alacloro), fungicidas (tebuconazol), insecticidas (carbosulfán, clorpirifós) y el 2,4-dinitrofenol. Este último se usó en la primera guerra mundial y en la guerra de Vietnam, y se conoció como el agente naranja, que 50 años después de rociado sobre los campos de arroz sigue presente en el suelo de ese país asiático.

Por lo tanto, es un asunto gravísimo, no habiendo otro adjetivo para calificarlo de una forma exacta y precisa, teniendo en cuenta el desastre que el propio hombre hace contra la naturaleza.

Una forma de frenar este aniquilamiento de la selva, es multar a los dueños de esos territorios que deberían preservar. Pero lo cierto es que de veintiocho multas con valor superior a un millón de reales aplicadas por el Ibama, sólo una fue pagada.

Las consecuencias de esta devastación quizás lleguemos a verlas a corto plazo, y lo cierto es que el mundo parece cada vez más degradado. Si degradamos nuestro entorno, perjudicamos nuestra humanidad, basada en la paz que nos transmite la naturaleza a la que pertenecemos.

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