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Industria, deporte y pasión

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@|En esta carta daré mi visión acerca mi experiencia como aficionado en la industria del turf en Uruguay.

El turf es el deporte de las carreras de caballos de pura sangre, las que, para cumplir cabalmente su finalidad, dan lugar a una industria que ocupa a miles de personas. Es una cadena casi interminable de actores, para llegar a finalizar en el joven animal, producto y resultado, que adquirido en propiedad por un aficionado, da inicio a la pasión del turfman (un extraño deportista, mezcla indefinida de inversor diletante, romántico soñador y forjador de amistades, camaradería y pasión).

En nuestro país, desde la época de la colonización existen carreras de caballos, cuadreras y pencas, diversión y pasión de la gente de campo.
El 1er. Hipódromo, según el periódico “La Nación” de Montevideo, estuvo situado en “La azotea de Lima” (pasando Piedras Blancas), allá por 1855. Luego, en 1867, se abre un nuevo circo, ubicado en la zona de Maroñas, el cual en 1874 se transforma en “Circo Ituzaingó”, para finalmente ser adquirido por la sociedad llamada “Jockey Club de Montevideo”, por 1889.
Hoy en ese mismo predio, es el “Hipódromo de Maroñas” nuestro principal escenario hípico, pero también están los Hipódromos de San José, Colonia, Mercedes, Paysandú, Salto, Melo, Florida, Rocha y Canelones en la ciudad de “Las Piedras”.

Esta proliferación de escenarios se justifica como resultado de la producción de caballos en “Haras” uruguayos. Allí, la Industria inicia su cadena productiva bajo la dirección de los criadores, con la formación de praderas, plantaciones de alfalfa, avena y maíz y servicios de ingenieros agrónomos, peones, domadores y veterinarios, quienes son factores determinantes en la cría del caballo de carreras.

Durante 2 años, los animales se preparan en estos establecimientos para su oferta, donde tradicionalmente se adquieren en remate público. Es a partir de este momento que se inicia la pasión, la expectativa por ver su animal luciendo los colores de la chaquetilla de su Stud en las pistas, la esperanza de tener el “crack”, mejor exponente de su generación.

Ahora la cadena de actores en el escenario hípico pone en escena a transportistas, peones, cuidadores, vareadores y jockeys, herradores, veterinarios, palafreneros, barracas de forrajes, laboratorios especializados, talabarteros, revistas y cronistas hípicos, cronometristas, relatores y todo el personal contratado que en diversas ocupaciones atiende al público concurrente a los diversos hipódromos.

Entonces podemos asegurar que el turf genera empleos en todo el país, estimando el alcance de sus beneficiados, según nos dice el periodista hípico Leonardo Ferber, en casi 50.000 personas en toda la industria del turf, integrando a diversas categorías de participantes en su cadena productiva.

Es un espectáculo indescriptible de colores, camaradería, amistades y emociones inexplicables para quienes no han sido subyugados por el turf; enamorados como cantara Gardel hasta el punto de, como inmortalizara el tango: “Los domingos me levanto, de apolillar mal dormido y a veces hasta me olvido, de morfar por las carreras, me cacho los embrocantes y el correspondiente habano y me pillo un automóvil para llegar bien temprano…”.

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