Violencia generalizada
¿Qué tal si nos preguntamos si el acceso a la pornografía de pantalla, fácil e ilimitado a todas las edades, ¡a todas las edades! En que la mujer, como siempre, sigue siendo un objeto de use y tire, tiene algo que ver con el imparable aumento de las agresiones sexuales en grupo o en solitario?
O, ¿por qué ningún medio de comunicación masiva analiza o condena las propagandas lavacerebros y los préstamos «fáciles y blandos»?
La felicidad prometida se convierte en frustración y reproches mutuos, en amargura, al regreso del viaje de placer a plazos, o cuando no alcanza el dinero para pagar las cuentas del nuevo auto que tan felices nos haría, según el evangelio de Santa Tevé.
El siguiente paso al mutuo reproche y a la frustración, es el odio y, acto seguido, la violencia desatada.
En la desigual batalla, ya se sabe, sucumbe el más tierno a manos del más brutal. Una y otra vez, muere Abel, no Caín. -Mi hijo es un santo. No sé qué pudo haberle pasado...-, se dice, en España y horrorizada, la madre de quien asesinó, delante de sus hijos, a su mujer, a su cuñada y a su suegra. El suegro se salvó, en ancas de un piojo, por no estar presente, no por falta de balas o ira del bestial trastornado .
En Uruguay, desgraciadamente, no nos faltan casos tan truculentos como el citado. Aún se me eriza la piel al recordar las precarias cartas de papel, pizarrón y trapo, del doble homicida de Quebracho. (Triple, debí decir. Se descerrajó un balazo a la entrada de las termas de Guaviyú, ¿lo recordás")
El periodismo al uso da por cerrado cualquier caso de violencia, doméstica o urbana, tras la captura o muerte del agresor. Rara vez -no me atrevo a decir nunca- trascienden los motivos puntuales y el estado psicológico de quienes desencadenan tales tragedias.
Será, entonces, tarea de sociólogos y criminalistas desentrañar y revelarnos, de una buena vez, las pulsiones criminales de tales individuos. Pero mientras no lo hagan, tenemos el derecho, y hasta la obligación, de preguntarnos si tras el incontrolable avance de esta plaga social, no subyace un consumo exacerbado de bienes y servicios superfluos y elitistas, acicateado por la impudicia de una propaganda pensada para todos sin reparar en la distinta capacidad económica de los destinatarios de sus alegres y perversos mensajes .
Perversos, sí.
Porque, si bien tengo derecho a comer un pollo entero yo solo, me vuelvo perversamente indigno si lo hago frente a semejantes que pasan hambre.
Es obsceno crear la "necesidad" de poseer bienes de consumo cuya oferta, pantalla mediante, nos llega a todos por igual y sin excepción, vivamos en una tapera o en un penthouse.
En consecuencia, nos afectarán de diferente manera.
La cacareada igualdad social, la verdadera democracia, mal que nos pese, es un concepto abstracto que, por ahora, solo se ejerce en las urnas.