@|El Covid-19 nos declaraba la guerra a mediados del pasado mes de marzo, cuando hacía apenas dieciocho días que el gobierno había entrado en funciones.
Asesorado por los mejores, y dando muestras de: inteligencia, cordura y precocísimo oficio político, decidió enfrentarlo apelando a la “libertad responsable” de sus gobernados.
Asumió el riesgo (conducta inherente al mando en momentos de crisis), y hasta hace relativamente poco tiempo, veníamos obteniendo buenos resultados; tan buenos, al punto de haber sido objeto de comparación, análisis y halagos por parte de otros países.
Transcurridos casi nueve meses, y por motivos tales como: el hastío, el aburrimiento y el cansancio, perfectamente entendibles, y que pueden llegar a explicar actitudes, pero ¡nunca a justificarlas!, gran parte de la población “bajó la guardia”.
Esto ha llevado a que, en muchos lugares, ya no se respeten las elementales medidas de autoprotección y por ende de protección a los demás, lo que claramente está indicando que expiró la fecha de vencimiento de la exhortación a la “libertad responsable”.
En estos días, se confirma el crecimiento exponencial de casos, y esta preocupante (no digo alarmante para que suene a fatalismo) situación impone la necesidad de reformular planes.
Reformulación, en la que quizás el “exhorto” deba darle lugar al “precepto”, porque es “de locos” constatar incoherencias, tales como: que el paciente tenga que realizar una consulta médica telefónica; que el año académico haya transcurrido a los tumbos (con resultados que están para verse…); que en un teatro (el Solís o el de Verano) o en cualquier otro auditorio la gente se siente dos o tres butacas por medio; o que en una pizzería su propietario “resista” abriendo con el cuarenta por ciento de sus mesas.
Y ¡al otro día! constatar: que una muchedumbre pasea con “mucha libertad y nada de responsabilidad”, por alguna “peatonal” de Montevideo; que algún sinvergüenza organiza una fiesta a sabiendas que va a recaudar diez veces más que “la multa” que va a pagar; que algún partido político, movimiento social o sindical convoca a sus cuadros a movilizarse; o lo que es ¡peor aún!, que grupos radicales den manija para reunirse en una plaza pública a tocar el tambor, a tomarse unos vinos y a desacatarse ostensiblemente cuando llega la policía (léase la autoridad) a dispersarlos, cuarenta minutos después de haber tratado de hacerlos entrar en razón y haberles solicitado “por la buenas”, a que lo hicieran...
Es aconsejable que las nuevas medidas sean comunicadas a la población con la mayor claridad, respecto a lo que está permitido y lo que no está permitido. Y a continuación se debería “advertir” a la ciudadanía más claramente aún, sobre las eventuales consecuencias a las transgresiones de los preceptos dictados.
Cumplido esto, y en el entendido de que el bien común ha de estar siempre por encima de los intereses individuales o corporativos, sean estos empresariales, políticos, religiosos, etc., al gobernante no le deberá temblar el pulso para aplicar las sanciones que vinieran a corresponder.
Nos enfrentamos a una pandemia que provoca muertes. No sé si más o menos que otras enfermedades, pero hoy eso no viene al caso.
Lo que no podemos permitir es que nuestros conciudadanos lleguen a padecer la enfermedad por negligencia de algunos, o por omisión de otros...
Es altamente probable que, en ocasión de la Navidad, de las fiestas de Fin de Año y de la temporada de playas que se avecina, la situación tienda a agravarse; y no es inteligente que “perdamos en la bajada, todo lo que ganamos en la subida”.
El Ministro Salinas dijo que en su ministerio están “dejando el cuero” en esto, y no cabe duda que es así. Pero da la impresión de que, por momentos, queda como medio solo en esto...