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Fatal celular

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@|Sé que venía por una vereda estrecha. Tal vez la expansión de un bar y un árbol invasivo hicieran del hombre parado en el estrecho margen circulatorio una termópila casi insalvable. Le pedí permiso y se corrió, sin responderme, hacia la izquierda. Estaba en un estado casi hipnótico, pero no drogado ni borracho. Solo miraba la pequeña pantalla de su celular mientras intentaba responder con torpes dedos algún mensaje de texto. 

No había yo caminado cuatro metros, cuando una mujer ocupada en iguales menesteres avanzaba hacia mí impertérrita. Tosí para advertirle del próximo impacto. Levantó una mirada extraviada, como si yo fuera a contagiarle el chikungunya, rectificó levemente el paso y siguió su curso a trompicones por la irregular superficie de la vereda. 

Me fijé en las diversas personas que circulaban en el área. Con excepción de una señora mayor que se desplazaba apoyada en una estructura de aluminio, los demás hablaban, oían música o mensajeaban por sus multifuncionales móviles. Yo los escuchaba desde la acera de enfrente. Algunos discutían o revelaban intimidades a viva voz. Son autómatas, enajenados, tarados por la tecnología. 

Cuando yo era chico, jugábamos a la arrimadita con las tapas de cartón de las botellas de leche. Cuando yo era chico... Ahora... Mientras meditaba la fácil comparación con los zombies, sentí una vibración extraña a la altura del corazón. Afortunadamente no era un infarto, sino un mensaje de mi hija que sonaba en el bolsillo de mi camisa. Cuando recobré el conocimiento, un par de muchachos me prestaba asistencia. 

¿Cómo se siente? ¿Quiere que llamemos a la emergencia?, -me dijo uno. El otro me explicó que yo venía, aparentemente contestando un mensaje en mi celular, y me había llevado una columna por delante.

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