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Enrique Benech, un espíritu superior

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@|A punto de cumplir sus 80 años, falleció en Montevideo Enrique Benech, un arquitecto de refinada inspiración, un ciudadano de histórica identidad batllista y por encima de todo un espíritu superior, un hombre en paz consigo mismo, mirando siempre con benevolencia a sus semejantes, rescatando de cada cual el valor que le pudiera destacar.

Nos conocimos, ambos muy jóvenes, en el legendario diario “ACCIÓN” de don Luis Batlle Berres, uno escribiendo y él dibujando caricaturas. De aquel tiempo nace nuestra amistad común con Menchi Sabat, con el que nos veíamos cada vez que retornaba a Montevideo. Desde aquellos lejanos años, las convicciones y gustos compartidos, la fertilidad de las conversaciones y la amistad con toda nuestra familia, Marta, los hijos, nos llevó a vivir -y convivir- años de compañerismo y trabajo. Su presencia nos era, en casa, familiar, en visitas frecuentes y breves, siempre motivadas por una iniciativa, un dibujo a mostrar, una buena noticia a compartir.

Tuvimos la alegría de poder acompañarlo en algunos hermosos esfuerzos de revalorización del patrimonio público, que mucho le convocaban.

Proyectó y dirigió la instalación del Museo de la Casa de Gobierno, el sobrio pabellón de la residencia presidencial de Suárez y el rosedal que le prolonga, el Parque de Esculturas en el Edificio Libertad, reciclajes de edificios en el Parque Anchorena y, junto al maestro Manuel Espínola Gómez, la redecoración de los principales espacios protocolares de la vieja Casa de Gobierno. En nuestras dos presidencias, con dedicación y generosidad, dedicó su esfuerzo a estos ambientes tan importantes en la vida del Estado.

Notable fue también su intervención en el histórico edificio del Palacio de la Luz, obra del arquitecto Fresnedo Siri, cuando un infausto incendio destruyó varios pisos principales. Era un enorme desafío que respondió con altura, incorporando a la estructura clásica un volumen reticulado, liviano de imagen, que la coronó con armonía y elevación.

Su obra en el área de la arquitectura de la salud fue intensa y reconocida, tanto a nivel nacional como internacional. Se destaca, entre innumerables obras, el Hospital Policial, la remodelación del Hospital Evangélico y -últimamente- reciclajes en varias clínicas de MP en Montevideo, en los que, manteniendo la atmósfera de las viejas casas, se refuncionalizaron para la contemporaneidad.

Ni hablar que el cariño al Elbio Fernández, donde su padre fue importante directivo y él hizo toda su formación, fue otra área de cercanía. Amén de la pasión peñarolense, a la que dedicó no solo sentimientos sino trabajos. Escribió un magnífico libro, identificó el espacio de la cancha original en Peñarol, y ubicó y marcó simbólicamente el lugar del arco en que, en la de Pocitos, se convirtió el primer gol de un Mundial. Su último esfuerzo fue lograr la consagración patrimonial de la fachada mural que Villamajó diseñó para Peñarol en su gimnasio de la calle Durazno.

Le atrajo también la docencia. Enseñó dibujo y matemáticas en la UTU. En la Facultad, trabajó en los talleres de Villegas Berro y Bayardo, sus maestros.

En los últimos tiempos, acompañó con devoción a su esposa, requerida de su apoyo. En todo caso, un vida plena, que brilla cuando se la mira en perspectiva. No mitiga esto el dolor de hoy para sus hijos, su familia y sus amigos, pero permite avizorar ya su permanencia en lo mejor de los recuerdos de quienes le conocimos. Su bondad, su equilibrio, esa mirada noble de quien nunca odió, nos seguirá conmoviendo.

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