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Elogio del delito

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@|Ha quedado documentado, sin tapujos, el pensamiento del principal protagonista de la película documental de un realizador serbio que tituló su obra como: “El Pepe, una vida suprema” y tal vez con solo ver y escuchar el material a exhibirse, los directores de la plataforma Netflix hayan resuelto postergar su divulgación masiva.

En el desarrollo de esa muestra, queda de manifiesto la justificación de lo injustificable. Pues pretender justificar acciones de dudosa legalidad o abiertamente ilegales constituye para nuestro ordenamiento jurídico penal un delito contra la paz pública. Nuestro codificador lo consagra como tal en el libro II del Título III del Código Penal, que en el Capítulo I, artículo 148, establece: “el que hiciere, públicamente, la apología de hechos calificados como delitos, será castigado con tres a veinticuatro meses de prisión”. Y sabemos que desde el marqués de Beccaria, “no existe delito sin ley que lo establezca”, por lo que establecido el delito a texto expreso por el legislador, la “apología” o elogio del delito hecha en forma pública, constituye claramente un delito perseguible y sancionable.

Como si fuera lo más natural del mundo en su ego, el actor principal de esa “vida suprema”, manifiesta su satisfacción: “es la cosa más linda” entrar armado a un banco, así con una 45 porque “todo el mundo te respeta”.
Tamaña “enseñanza” de este personaje a quienes hacen del delito su “trabajo” cotidiano. Sin advertir las consecuencias de su impúdica declaración, confunde valores y conceptos y mezcla ideales “de la delincuencia humana, no sangrienta” al cual se puede apetecer.

De la superación por el esfuerzo: nada. Aplaude entonces el robo, la intimidación con arma de fuego, y glorifica el “hacer plata con el dinero de otros” y le atribuye a esta conducta ser “la quintaescencia”, “el destilado del capitalismo”. Nada más brutal y alejado de los valores mínimos de una sociedad democrática y republicana.

Pero también nada más ajeno al capitalismo, porque atribuye al robo de un banco “ser la gloria del capitalismo, hacer plata con el dinero de otro. No ya con el trabajo sino con el dinero de otros”.

Es este individuo el mismo que, al asumir la primera magistratura del país, clamó ante la Asamblea General del Poder Legislativo por “educación, educación, educación” en un acto que se revela como pública demagogia, pues nada se hizo en esa materia como para revertir los problemas que la aquejaban entonces y aún la aquejan.

En este elogio público de actos en sí mismos criminales, nada bien le hace a la educación de un país que supo ser cuna de grandes educadores, desde José Pedro Varela, Pedro Figari, Alicia Goyena, José Enrique Rodó por mencionar sólo a algunos. Ni tampoco le hacen bien los consejos de este “sabio” a los jóvenes de nuestra sociedad en su conjunto, evidentemente fracturada a consecuencia de la corrupción, la droga, la inseguridad y la falta de empleo.

Tal vez porque felizmente advirtieron que estas declaraciones en sí mismas constituían un acto instigador de conductas delictivas, es que quienes dirigen los contenidos de Netflix postergaron su difusión mundial.

Cabe legítimamente preguntarse: ¿cómo alguien en su sano juicio pudo ver en algún momento a este personaje como candidato al Premio Nobel de la Paz? Seguramente fue solo una maniobra publicitaria, como tantas otras.

Pues sus pretendidas enseñanzas o proezas, ensalzadas por el cineasta europeo responsable del registro que analizamos, nada bueno trasmiten.
Por el contrario, deben rechazarse y censurarse enfáticamente.

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