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Diseñar para teatro

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Ni tirios ni troyanos

@|Estas líneas, se originan por los distintos rumores surgidos sobre el vestuario de “La bella durmiente”. Varias personas me preguntaron sobre este tema, porque llevo en mis espaldas una mochila, donde cargo entre otras cosas, con una profesión universitaria muy alejada de, tres vertientes artísticas, cuyos conocimientos alterné de forma paralela a mis funciones cotidianas. Ellas son: la pintura, el ballet y el teatro, que me guiaron hasta egresar de los cursos técnicos de la EMAD, donde fui pionera. 

En las manifestaciones estéticas se busca armonía, belleza, arte; pero todo es subjetivo, tanto para el que lo propone, como para el que lo recibe.

El vestuario de ballet no es una tarea fácil. 

En nuestro país descolló Carlos Carvalho, que diseñaba escenografía y vestuario, con refinamiento, maestría y elegancia. 

Apenas hace siete años, que estamos formando un público destinado al ballet. 

“La bella durmiente” fue el espectáculo que vendió más entradas y de eso se trata, de atraer más gente, de mostrar la versatilidad de los repertorios, sin importar los mecanismos. 

Las diferencias están en todos lados. En la transmisión de Romeo y Julieta del Bolshoi (T. Solís 4/3/18) los trajes parecían creados en el Realismo Socialista Soviético. Este es un ballet de lucimiento masculino, no obstante, sus primeras figuras vestían de forma tan opaca, como el resto del cuerpo de baile. 

No ocurrió lo mismo con la siguiente transmisión (T. Solís 25/3/18) donde Gisèlle, también del Bolshoi, tuvo un vestuario, como debe ser, hecho para que el espectador novato pueda entender a simple vista. 

Las disputas sobre el vestuario de “La bella durmiente”, me recuerda a la película Rashomon, de Akira Kurosawa, basada en el cuento “El bosque” de Ryunosuke Akutagawa, donde cada uno tiene su propia versión. 

Esto es lícito, dado que el arte remueve las fibras más íntimas en los espectadores; unos se conmueven con Madonna, otros con la Callas y unos pocos con las dos. 

Se da el caso, que no sólo gente de la moda diseña trajes para el escenario, lo hizo Picasso con mucho éxito, en El sombrero de tres picos, Chagall para el ballet Alenko y la lista puede seguir. 

A quién pueda interesar, ahora, en el T. Solís en la sala de exposiciones Estela Medina; con material de la EMAD, Marcelo Sienra ha montado una muestra llamada: “Diseño de Vestuario, la segunda piel del actor”. 

El excelente texto de Sienra se amalgama con los trajes allí expuestos. 

Este joven, culto e inquieto, relevante figura del CIDDAE, nos dice: “Diseñar para teatro es un largo camino que conlleva y requiere una cuidada formación, aprendizaje, entrenamiento y práctica de los específicos saberes artísticos y técnicos de cada una de las especialidades...”. 

Antes que se dictaran los cursos técnicos en la EMAD, tuvimos muy buenos investigadores y realizadores de ropa teatral; mi gran docente, Domingo Cavallero (conocido como actor: Claudio Solari) Guma Zorrilla y Mario Vespa, que su participación en nuestro medio fue escueta, ya que Europa se lo apropió, cuando realizaba un viaje de placer. 

Personalmente, considero la premisa -hoy un tanto manida- del Arq. Mies van der Rohe: “Menos es más”, dado que contribuye, al destaque, la distinción y el glamour. 

Ya en 1882 Oscar Wilde decía: “La belleza de la ropa, como la de la vida, siempre proviene de la libertad. Un vestido debería responder en todo momento a los movimientos”. 

La opinión más sensata sobre un vestuario, es la de quienes usan las prendas, dado que estas deben estar al servicio del actor/bailarín, siendo funcionales, adaptándose a la época y a la idea, realista o abstracta, que concibe el director. 

Por último, no por ello menos importante, es muy bueno que haya polémicas, así el público se va educando, de acuerdo a sus gustos, sus tendencias y detectando que cada obra es una experiencia multidisciplinaria.

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