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La democracia

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Y los partidos políticos

@|Los partidos políticos son asociaciones de electores con determinada unidad y coherencia ideológica, que tienen por finalidad participar, por métodos democráticos, en la orientación de la política nacional. 

En este sentido, los partidos políticos son agrupaciones de ciudadanos que interpretan, a la luz de su ideología, las aspiraciones, intereses y objetivos de la sociedad. De tal manera que, como intérpretes de una ideología, los partidos políticos, son al fin y al cabo, representantes de una parcela de la realidad, del conocimiento y de la verdad. En virtud de ello, sus integrantes se proponen conquistar el poder político, para llevar a cabo su proyecto ideológico-programático. 

La importancia de un régimen democrático como el uruguayo, que asume el “pluralismo ideológico” entre sus presupuestos, está precisamente en permitir el libre desenvolvimiento de los partidos políticos en la conformación de la voluntad política nacional. De allí que muchos politólogos lleguen incluso a proponer el pluralismo partidista, como condición “sine qua non” para la existencia de una verdadera democracia.
Los partidos políticos son esenciales para una democracia representativa. No obstante, han desnaturalizado su función de intermediación entre la sociedad y el Estado. 

Todo en Uruguay tiene que ver con el partido político. Sin embargo la colectividad tiene que organizarse para participar en la sociedad política, a través de grupos intermedios autónomos. 

Además de su permanente conflicto con la sociedad, los partidos políticos uruguayos mantienen una relación no sincera con la Constitución nacional y los poderes públicos. Lo que la Constitución separa, los partidos no pueden unir. Uno de los pilares del estado de derecho y por ende de la democracia es la “separación de poderes”: es decir, del Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. A pesar de que nuestro sistema supera las funciones exclusivas y consagra la colaboración de los poderes en la realización de los fines del Estado, ella no permite la intromisión de un poder en otro, para anular su autonomía e independencia. Y ¿qué niega más la autonomía e independencia del Poder Legislativo, que un Parlamento inactivo y pendiente de las encuestas de opinión pública para actuar según las marcas de ellas y muchas veces complaciente con el Poder Ejecutivo de turno porque sus miembros son mayoritariamente del mismo partido? o ¿qué niega más la autonomía e independencia del Poder Judicial consagradas en la Constitución, que la designación de las altas jerarquías como resultado o arreglos entre partidos políticos, o lo que es peor, por disposición de un partido político, bajo pretexto de la mayoría parlamentaria?
La mayoría de nuestros magistrados son ejemplo de honestidad y capacitación intelectual, como me consta personalmente. Más valdría la pena que su designación pudiera ser hecha por métodos más idóneos y objetivos, cónsonos con la majestad del Poder Judicial. 

La hipertrofia de los partidos políticos uruguayos en querer monopolizar la participación política de nuestra sociedad, es la negación de la democracia. Algo sumamente grave –y de lo cual debemos estar vigilantes los creyentes y defensores de la democracia como forma política y de vida- es que el fenómeno ha generado una “falta de representatividad” de nuestro sistema político. Democracia por definición, es gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Es el gobierno de las mayorías.

¡Ay de nosotros el día no muy lejano y quizás llegado, en el que el país político constituido por una minoría, gobierne apartado de las mayorías del país nacional! “Democratizar la democracia” es el mayor reto de nuestras nuevas generaciones. La democracia es un sistema por todos aceptado y defendido. No está en discusión su conveniencia o viabilidad.

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