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Decadente realidad

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Tienen que asumir responsabilidades

@|Mientras los indicadores económicos del gobierno exhiben un crecimiento del “salario real” y una situación favorable “despegada de la región”, casi “inmunizada” contra los vaivenes cambiarios de nuestros vecinos, advertimos a la vuelta de nuestra esquina que, muchos habitantes de este suelo presentan sin pudor alguno “su” realidad, por cierto muy distinta a los cuasi perfectos parámetros estadísticos. 

Si a ello le agregamos los comentarios -entre ligeros e insolentes- de jerarcas muy bien retribuidos por el sistema, que parecen vivir y transcurrir desde sus despachos, en esos espacios de fantasía en los que siempre brilla el sol, nuestro análisis se torna mucho más preocupante. Ello se vuelve además angustiante, en la medida que, los propios responsables de las políticas públicas, pretenden sortear algunas interrogantes periodísticas con inusual creatividad, como si los destinatarios de la noticia que se hace pública no padecieran la realidad que los golpea. Seguros de su impunidad, atornillados en sus sillones y sin mayores controles, siguen en sus cargos sin sonrojarse al hacer efectivos sus haberes, confiados en que el sistema que allí los colocó, sabrá defenderlos de cualquier “embate de la derecha”. 

Hace tiempo que un buen número de espacios públicos urbanos (veredas con cobertizos ornamentales, plazas y parques) y de lugares aún no enrejados de obras públicas (entradas a edificios públicos, arcos de puentes) han sido tomados por personas que aducen no tener otro lugar donde vivir y allí -ya en forma endémica y muy lejos de la “crisis del 2002”- se instalan, cubren y hacen sus necesidades básicas y viven personas solas, parejas, familias enteras, seguramente beneficiarios de tarjetas del Mides que pagamos todos. 

Por ello, sería por cierto muy enriquecedor para los contribuyentes, conocer cuál es el resultado de los casi treinta programas que funcionan en el Inau para conocer a cabalidad la situación de menores en “situación de calle” y de los hogares “sustitutos” propios o contratados para atender a menores y adolescentes en “riesgo moral o material”; o poder acceder a los estudios y resultados de los tantos programas que posee el Mides para atender y evaluar la situación de personas “sin techo, sin hogar”, sus “refugios” diurnos y nocturnos y su verdadero alcance; o indagar en el Área Social de la Intendencia Departamental de Montevideo que, al parecer atribuye la “razón” de estos peculiares y decadentes asentamientos, a la equivocada disposición final de frazadas, colchones y muebles en desuso -junto a los contenedores- lo que “habilita” a mejorar el “mobiliario” a ser usado por estos indigentes. Explicación tan infantil, como la de pretender justificar el incremento de la basura que no se recoge, con el extraordinario consumo que el bienestar de los uruguayos produce. ¿Hasta cuándo tendremos que soportar diagnósticos, evaluaciones y comentarios de corte sociológicos que, aunque costosos y al parecer, interminables, en definitiva no logran erradicar el problema? ¿Cuándo podremos transitar por nuestras ciudades, calles y rutas sin ser agredidos por la violencia de esta situación de precariedad que nos afecta? ¿Cuándo los mecanismos de contralor exigirán alguna responsabilidad a quienes debieran implementar verdaderas políticas de inclusión social? ¿Cuánto se ha malgastado de los recursos públicos en todos estos planes? Han transcurrido más de quince años de bonanza económica y ya no puede endilgarse esta realidad a la “herencia maldita”. 

Es hora de que se asuman responsabilidades propias. 

Lo cierto es que, vivimos en una sociedad fracturada, donde la inseguridad es reina, los espacios públicos son tierra de nadie, se desconocen derechos constitucionales y las autoridades brillan por su ausencia.

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