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Coronavirus, actividad y ecosistema

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@|En estas últimas semanas, pudimos apreciar cómo las sensibles disminuciones de los índices de contaminación globales impactaron favorablemente en el ecosistema.

Indudablemente, la quietud de todos nosotros le permite a nuestro planeta respirar y florecer.

Por el contrario, nuestra parafernálica actividad habitual lo asfixia y lo enferma, y de perpetuarse, toda clase de graves penurias (emigraciones masivas, guerras por los recursos, enfermedades, etc.) podrían llegar a ser parte de nuestra cotidianidad futura.

Tal vez esta experiencia de la pandemia, y el reacomodamiento apresurado que tuvimos que instrumentar, sea una buena prueba para que nos animemos a replantearnos el grado de actividad tope, que podría crecer o decrecer en función de cómo cumplamos con los demás requisitos también necesarios: reducir la contaminación, limitar la deforestación y el uso de combustibles fósiles, entre otros. Sería bueno previamente distinguir entre las actividades humanas inocuas y las más dañinas, como actualmente lo hacemos con el foco puesto en la reducción de los contagios.

Lo deseable sería una escala de actividad que, luego, no presione a un consumismo desenfrenado, a una contaminación amenazante, a una idealización tiránica y a una sintomatología explosiva.

Una escala que sea, a su vez, un punto de equilibrio entre lo económico, lo humano y lo ambiental.

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