@|El pasado viernes 8 de mayo, en el marco de una nueva normalidad y una nueva etapa de reintegros, tuve la oportunidad de ver, de primera mano, un pantallazo de lo que nos espera a nivel de contagio.
A las 7.40, tomé el ómnibus para ir a mi trabajo; se notaba mayor presencia de gente en las calles. Tuve que subir a un ómnibus atiborrado de personas, muchas de ellas sin mascarilla y como era de esperarse, por el frío que hacía, con las ventanillas cerradas.
A nivel de empleo nos tocó el turno en mi trabajo de reintegrarnos todos juntos, ya que hasta ahora veníamos alternando día sí y día no. Confiada del protocolo anunciado por Presidencia, me encontré con una realidad que distaba bastante de lo escrito en el papel y eso me entristeció profundamente y me sentí muy expuesta.
Al terminar la jornada decidí volver caminando para no tener que subirme a otro ómnibus lleno de gente, aunque con esto demorara más de una hora en llegar a mi barrio y quedara expuesta a otro tipo de cosas.
Terminé el día con sabor amargo, asumiendo que soy uno de los pocos quijotes que pelean contra los molinos de viento evitando contagiarme, por mi y por mi familia, ante una sociedad llena de protocolos que hablan de un buen saber, pero que en la práctica queda en el papel.