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Se fue el caudillo, quedó el legado

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El sábado partía físicamente Jorge Larrañaga, un hombre entrañable, alegre, cálido y cariñoso con sus compañeros y amigos. A la vez, era unánimemente reconocido por sus contrincantes de turno, como una persona respetuosa, seria, trabajadora y esencialmente noble. Fue ejemplo y modelo de un estilo de hacer política cada vez es más escaso en el mundo. Un hombre sin medias tintas, que decía exactamente lo que pensaba o sentía, sin medir costos políticos y electorales, conducta que lejos de modificar, mantuvo a pesar de las derrotas.

Comenzó su actividad política hace cuarenta años y jamás recibió un solo cuestionamiento ético sobre su conducta y menos sobre sus ideales. Es reconocido y destacado por sus compañeros y adversarios, como un político extremadamente noble, que rendía culto a su palabra y a los compromisos que asumía con tan solo un apretón de manos. Era especialmente rígido en la defensa de sus ideales y riguroso a la hora de seleccionar a sus dirigentes, lo que lo privó de hacer acuerdos electorales que lo hubieran beneficiado en sus múltiples batallas.

Fue severo en la polémica con sus adversarios, pero nunca recurrió al agravio o la descalificación de sus oponentes, no porque le faltara carácter, que vaya si le sobraba. Un hombre tenaz y hasta terco en el esfuerzo, que predicaba con el ejemplo, la austeridad republicana y la obsesión por el sacrificio en el servicio público. Sabía perfectamente que ese sacrificio al que estaba sometiendo diariamente a su corazón, ponía en riesgo su vida.

Podía haberse quedado en el Senado o elegido cualquier Ministerio, pero aceptó el desafío de hacerse cargo de la seguridad de nuestros hijos. Se enfrentó a los narcos declarándoles públicamente la guerra y a pesar de las amenazas recibidas, seguía diciendo a quien lo quisiera entrevistar: “Al narcotráfico grande y al narcomenudeo le vamos dar con un fierro”. Ese era el Guapo Larrañaga, y además no bravuconeaba, ya que estaba llevando a cabo una labor sorprendente.

Fue un político diferente, defensor de las tradiciones, de los valores y de todo aquello que hace la idiosincrasia del mejor Uruguay.

Cuando saludé a sus hijos en el Palacio Legislativo, me pregunté si el esfuerzo había valido la pena y por un momento, hasta me enojé con su tozudez. Pasaron las horas y fui escuchando las declaraciones de todo el espectro político, a los periodistas, al sindicato policial, a los policías y a miles de personas agradecida que inundaron las redes con elogios para el Gladiador de la Republica, como brillantemente lo definiera el ex presidente Sanguinetti.

Ahora siento que valió la pena, siempre que los uruguayos empecemos a reconocer que los políticos profesionales y honestos, son servidores públicos necesarios para el bien del país, que hay gente valiosa en todos los partidos y que, al menos por un tiempo, debemos dejar de agitar la grieta entre los uruguayos.

Ya no está físicamente con nosotros, pero tenemos su legado, el estilo de trabajo, su compromiso solidario, el sacrificio, la honestidad y la nobleza. Seguir su ejemplo en la forma de hacer política, es la mejor manera de devolverle a Jorge y a su familia, el sacrificio que ellos han hecho por esta Patria.

El final es solo para Blancos. Anoche me zumbaba al oído la letra De Poncho Blanco que dice: “yo ya no tengo caudillo, no tengo por quien pelear, ¿Pa que quiero la divisa si se murió el General”.

La divisa sigue intacta y dice como siempre: Defensores de las Leyes.

En particular y en relación a lo que fue su último esfuerzo y el que le costó la vida, tengamos presente que la pelea con el delito continua y no podemos darnos el lujo de dilapidar el enorme trabajo de Jorge. Es hora de apoyar a quien lo suceda en la labor ministerial, para que siga vivo su ideal y objetivo, de dejarnos a todos los orientales un país más seguro, para vivir sin miedo.

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