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La batalla que no fue

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 Para que exista una batalla deben enfrentarse dos ejércitos. No fue lo que sucedió en Tacuarembó el 22 de enero de 1820.

Era la noche y el ejército artiguista, bajo el mando del Coronel Andrés Latorre, dormía, acampado a ambos lados del Río Tacuarembó.

Sobre él cayó una fuerza del imperio luso-brasilero, compuesta por varios miles de soldados bien armados.

Se produjo la matanza, el desbande, la huida a como diera lugar. Sólo lo pudieron hacer, descalzos y entre el barro, el Coronel Andrés Latorre y unos pocos centenares de indios guaraníes. Fue el fin del ejército artiguista.
Artigas, enterado del desastre pide auxilio a Fructuoso Rivera, quien le da la espalda y poco después pasará al bando imperial.

Un mes antes el 23 de febrero, se firma el Tratado de Pilar, producto de la confabulación del desgraciado de Manuel de Sarratea y la traición de los caudillos Francisco Ramírez de Entre Ríos y Estanislao López de Santa Fe, significó el fin de la Liga Federal de los Pueblos Libres, el proyecto político puesto en marcha por José Artigas.

Artigas quedó solo. El Imperio luso-brasilero tenía prisioneros en Ilha das Cobras a Juan Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués y Manuel Artigas.
Artigas quedó vacío. Sin objetivo, sin plan, sin ejército, sin oficiales y sin patria. La Banda Oriental quedó en manos del Imperio luso-brasilero que la convirtió en una de sus provincias, con el nombre de Provincia Cisplatina.
Así vacío, Artigas toma rumbo a Paraguay, con Ramírez y López pisándole los talones no con buenas intenciones, a someterse a lo que decida el Supremo Gaspar de Francia. Lo acompañaban sólo un puñado de negros libertos y un puñado de indios guaraníes.

Gaspar de Francia no lo recibe, no lo contacta ni si quera visualmente, ni deja constancia documental de sus disposiciones al respecto. Es como que Artigas no hubiera pasado por allí.

Sin embargo, lo dota de ropa digna, un estipendio periódico equivalente al salario de un capitán del ejército español para cubrir sus necesidades, una chacra y lo separa del grupo que lo acompañó mandándolo a la villa de Caraguaty, a más de 400 kilómetros de Asunción, en el medio de la nada y lejos del mundo.

Allí Artigas permanecerá 25 años elaborando su vacío, sus derrotas, las traiciones, los rencores y lo poco que pudo materializar de sus ideas.
A la muerte de Gaspar de Francia, el Presidente de Paraguay lo hace venir a Asunción y lo hospeda en su finca de veraneo en las afueras de Asunción, en el paraje Ibiray, donde en 1850 a los 86 años muere en paz.

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