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La banalidad del mal

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 Hoy es totalmente innecesario investigar sólo a través de noticias o de información de organismos de inmigración de Colombia, Perú, Panamá, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil para conocer sobre la multitudinaria emigración venezolana. Basta con salir a la calle y convivir con ellos en centros profesionales, supermercados, estaciones de servicio o solicitando Uber. Están al lado nuestro, buscando su espacio para construir su futuro en otra tierra, porque la propia los expulsó desde su escasez de todo, desde salud a comida, pasando por la brutalidad de un sistema carente de libertad.

Cada país recibe a los inmigrantes dentro de sus posibilidades porque América Latina comparte en general una situación similar: una crisis tras otra y en especial desde lo económico y lo social.

Ha habido y hay incidentes, porque cuando avanza una ola de emigración nunca vista en nuestra América Latina, afloran las miserias humanas. Pero los gobiernos actúan como debe ser: buscando soluciones para que millones de hermanos venezolanos puedan insertarse en sus sociedades y recomenzar sus vidas de la mejor manera posible a pesar de lo que significa el desarraigo.

Todos los organismos de OEA, desde su Consejo Permanente y la Comisión Interamericana de DDH, pasando por la propia Asamblea General reunida en su 70 aniversario en junio pasado, han demostrado que con la emigración masiva desde Venezuela se ha creado inevitablemente una situación que requiere soluciones consensuadas entre países.
En este contexto en el cual sentimientos y acciones que es mejor no calificar impiden soluciones efectivas a corto plazo en dimensiones deseables, el presidente Nicolás Maduro ha creído oportuno hacer las siguientes declaraciones:

“Las oligarquías mediáticas de estos países: Colombia, Panamá, Brasil, Argentina, Ecuador y Perú arrancaron una campaña de inquisición que yo la comparo, siempre la comparo, solicito excusas si alguien pudiera molestarse con esta comparación, con la campaña de persecución contra el pueblo judío que inició Hitler y que terminó con 6 millones de judíos muertos”.

La filósofa Hannah Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos.

Hannah Arendt discurre sobre la complejidad de la condición humana y alerta que es necesario estar siempre atento a la «banalidad del mal» y evitar que ocurra.

Hoy la frase es utilizada con un significado universal para describir el comportamiento de algunos personajes históricos que cometieron y cometen actos de extrema crueldad y sin ninguna compasión para con otros seres humanos.

La grosera comparación intentando equiparar el desvelo de los países de América Latina para recibir a sus hermanos venezolanos que huyen de la desolación, con Auschwitz, Treblinka, Maidanek, Sobibor, Dachau, Bergen Belsen, Mauthausen, Terezín (por citar ejemplos del MAL así con mayúsculas) es no sólo un acto de crueldad como lo expresa el pensamiento de Arendt, sino una abyecta agresión múltiple: pretende banalizar el Holocausto del pueblo judío; pretende comparar a los chilenos, peruanos, argentinos, brasileños, uruguayos, etc. con hordas nazis; pretende ocultar la miseria en que ha sumido a su propia gente comparando lo incomparable y agraviando hasta la náusea.

Si Hannah Arendt viviera tendría que buscar una expresión más contundente que la banalización del mal para definir a quienes siguen banalizando, ya que hoy, la barbarie ha decidido superarla.

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