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AMIA: las tres décadas de la vergüenza

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@|Hace un año, el escritor y pensador argentino Santiago Kovadloff se preguntaba qué tipo de libertad es la que permite que los cómplices locales de Hezbollah (el perpetrador del atentado a la AMIA) no hayan sido atrapados, y señalaba que es una libertad que demuestra la impotencia de la democracia argentina para ser lo que debe ser.

Hoy, 27 años después de haber volado la AMIA con su secuela de 85 muertos y centenares de heridos, cualquier miembro de la comunidad internacional sabe que ni los autores intelectuales del crimen, algunos de los cuales todavía tienen puestos de gobierno en Irán, ni los ejecutores terroristas de Hezbollah, van a pagar precio alguno ni por la AMIA ni por lo que hicieron antes en 1992 al volar la Embajada de Israel en Buenos Aires ni por derribar el avión panameño de Alas Chiricanas un día después del atentado a la AMIA, asesinando a todos los pasajeros (la mitad de ellos altos dirigentes de la comunidad judía).

Pero saber también que la conexión local en el país donde se destruyó la AMIA, tampoco será desenmascarada y juzgada habla, claramente de cómo se puede minar la calidad y el nivel de una democracia cuando la justicia se escribe con minúscula porque en casi tres décadas están sin castigo alguno los que ayudaron a cometer la mayor agresión externa sufrida por Argentina en toda su historia.

Y en 2015, cayó la víctima 86. Pero el Fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman, fue mucho más que la víctima 86. A Nisman lo mataron varios: el odio, el miedo, la indiferencia, la hipocresía y una cadena de complicidades que, algún día, alguno de sus descendientes quizás los conozcan con nombres y apellidos. Quizás.

Atentado terrorista contra la Embajada de Israel en Buenos Aires en 1992; voladura de la AMIA en 1994; firma de memorándum con Irán para intentar sellar la impunidad el 27 de enero de 2013, ni más ni menos que el Día Internacional de conmemoración de las víctimas de la Shoah; asesinato de Nisman en 2015.

Tres décadas de dolor lacerante, de rabia contenida, de impotencia ante el uso desproporcionado de la mentira. Casi treinta años de vergüenza marcados a fuego en la infame historia contemporánea del antisemitismo.

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