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Alfredo Carlos Dighiero

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Cuando el joven periodista Alfredo Carlos Dighiero comenzó la construcción de la obra del resto de su vida, tenía clara la misión que se auto imponía.

Conocía la huidiza naturaleza del tiempo, que se lleva memorias y destruye cuerpos, risas y voces.

Comprendía que poco o nada quedaría si no se apresuraba a rescatar las voces y sonidos de los protagonistas del origen y expansión de aquella vasta y compleja expresión cultural que, para simplificar, llamamos tango y en particular, a su máximo exponente, Carlos Gardel.

No siempre llegó a tiempo Alfredo, pero cada vez que lo logró agregó otro ladrillo al magnífico edificio que, como faro señero, nos indica el camino cierto de la verdad histórica.

Para quienes, por placer u oficio, buceamos entre las turbias aguas de la historia, especialmente de las ciudades ribereñas del Plata, en busca de datos lo más fidedignos posibles que nos permitan la reconstrucción del tiempo ido, se nos hace imposible prescindir del sólido monumento cultural que Alfredo Carlos ha erigido para las presentes y sucesivas generaciones de estudiosos, gustadores o simples curiosos.

Dighiero, antropólogo mayor del tango, (si existe ese título, y si no, ya lo estoy reclamando para él), nos fue entregando, en esperados capítulos, el fruto de sus cuarenta años de desvelos indagando en la historia del tango, tomado como eje la de Gardel, con asombrosa tenacidad solo superada por su integridad moral, sin dejarse atraer y caer en cómodas banderías o fáciles parcialidades.

Él y solo él, sabrá lo que levantar tal archivo de voces, músicas y datos le habrá costado.

Solo puedo imaginarlo, pero sé que no pudo haber sido nada fácil.
Sin embargo, sus pasados desvelos tienen la doble virtud y premio de instruir y entretener a los oyentes, al mismo tiempo que cimentar la propia inmortalidad del buscador y rescatador de voces, unido a ellas para siempre cada vez que algún estudioso, admirador o interesado abra su archivo de maravillas, cofre de voces que fueron, donde sigue latiendo el pasado.

Su voz se entrelaza, para siempre y entre cientos y cientos de reportajes, con las de Mona Maris e Imperio Argentina.

Por mi parte soy uno de los afortunados que puede aprender (sigo aprendiendo) sobre la historia de Gardel y buena parte de la platense, gracias a sus enseñanzas desde mi juventud hasta hoy, recientemente diplomado de jubilado.

No encuentro, entre los miles de términos de nuestro vasto idioma, ninguno que conjugue y resuma mis sentimientos respecto al significado del programa “Así es Carlos Gardel” y a la figura de su creador y fogonero, Alfredo Carlos Digiero.

Tan extenso y rico nuestro idioma y no se me ocurre otra cosa que rematar estas palabras con un sentido : ¡Gracias, Alfredo!

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