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Alberto Zumarán

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@|Hace poco más de una hora me enteré de la muerte del gran Alberto Zumarán. La noticia no me deja dormir. Soy argentino y conocí al Dr. Zumarán trabajando en la CARP en el año 2000. En el año 2003 fui nombrado Secretario Administrativo a propuesta de la Delegación Argentina - presidida por otro gran hombre, el embajador Daniel Olmos – contando con el beneplácito de Zumarán.

En esos días la situación económica era muy difícil y debíamos afrontar una gran deuda con la firma Riovía en el contrato de dragado del Canal Martín García por atraso en los pagos que se realizaban con aporte de Argentina y Uruguay. Trabajamos en silencio y logrando la sinergia que llevó a que ambos estados cumplieran con un plan de aportes.

Al momento de realizar el primer pago importante, por varios millones de dólares, le llevé un cheque por una gran suma de dinero para que estampe su firma junto a la del embajador Olmos y así aprobar el pago.

Zumarán tomó el cheque, miró rápidamente el valor, comentó que seguramente más de uno podría estar interesado en ese pago y que tendría que seguir siendo cauteloso, puso una mano sobre uno de mis hombros y me miró a través de los ojos por muchos segundos como quien escanea el alma de otro. Sonrió, firmó el cheque y me recomendó que me apure para llegar antes de que cierre el banco.

Me sentí muy tranquilo, allí confirmé que estaba trabajando con hombre de principios de quien no tendría que cubrir mis espaldas.

De allí en más continuamos trabajando igual, en silencio y cumpliendo con las obligaciones asumidas por ambos países y siguiendo siempre de cerca a la empresa que nunca dejó de cumplir con sus obligaciones.

En otra ocasión de firma de cheque tuve que acercarme hasta su chacra en Melilla. Lo encontré en un galpón, vestido con bombachas, alpargatas y sombrero raído, transpirado trabajando a la par de sus peones. Cumplidas las formalidades laborales me preguntó si finalmente tomaría unos días de vacaciones y le expliqué que de la chacra iría al banco y de allí escaparía una semana a algún lugar perdido de la ruta 10. Mientras hablábamos llenó una bolsa de ciruelas – sin seleccionarlas - que me regaló para mis vacaciones. Las más exquisitas ciruelas que comí en mi vida.

Muchísimo más podría decir de Alberto Zumarán, pero creo que estas dos breves historias lo muestran tal cual era.

Un hombre honesto, con los pies en la tierra, que sabía escuchar a su mente y también a su corazón, trabajador y amante de su país, que no se dejaba llevar por los cantos de la gloria, que tenía la humildad grabada en su alma, que tenía la sencillez de una gran persona como pocas veces se repiten. Que simplemente sabía que tenía que trabajar para su país y que debía hacerlo de la mejor forma posible, porque no existe otro modo de hacerlo cuando de ello se trata.

Van mis oraciones con él, con Angelita y toda su gran familia. Uruguay ha perdido un gran hombre, pero ha ganado un gran ejemplo.

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