La agenda está vacía, mientras las preocupaciones de las familias son muchas. Presidente, equipo económico, ex presidente, grupos que los respaldan, todos metidos en un solo tema: el cannabis. No parece un chiste, es un chiste.
La agenda está vacía, mientras las preocupaciones de las familias son muchas. Presidente, equipo económico, ex presidente, grupos que los respaldan, todos metidos en un solo tema: el cannabis. No parece un chiste, es un chiste.
La desocupación trepa a cifras cercanas al 8 %, pero es mayor a eso, porque se cuenta como ocupado al que apenas hace unas horitas de changas en la semana previa. El crecimiento económico que se festeja tiene una base muy frágil, el consumo. Y la economía real tiene una herida muy fuerte que es el deterioro grave de las cuentas públicas, un déficit fiscal serio que no es cuestión de economistas sino de la gente. No hay cenas gratis, todas se pagan algún día. Pero además se suma un fenómeno que pocos atienden, salvo gente seria como la Ec. Azucena Arbeleche, que pese a las embestidas machistas de algunos que posan de progresistas pero no toleran que una mujer menuda y calma los enfrente con argumentos sólidos y profesionales, advierte: el crecimiento del PIB va acompañado de destrucción de miles de empleos por año. Salimos de un período de bonanza y lo increíble es la herencia maldita que deja el FA: desempleo creciente, déficit fiscal galopante, endeudamiento millonario e incertidumbres en el horizonte. La inversión que sirve, aquella que define el Uruguay productivo que prometían, no existe. O mejor dicho solo es una cosa, y solo una: UPM, las detestadas papeleras de la izquierda, que se transformaron en el Hada Madrina del FA. A la herencia económica se agrega la deuda social. Que también es maldita. El crecimiento no logró, por ejemplo, que más uruguayos vivan en más casas dignas. El fenómeno de los asentamientos irregulares, con carencias de todo tipo, empezando por la falta de seguridad sobre el futuro, con niños criándose entre aguas servidas y basura rodeando el barrio, con ratas que corren de uno a otro lado, rompe los ojos. El Mides, en el que creemos como herramienta, fue un desastre, un club político de sostén de aparatos partidarios manejado para confort de dirigentes de una izquierda sin izquierda (si por ello damos por bueno el monopolio de la sensibilidad social).
Con tanto para hacer, en el medio del período de gobierno, unos lucen enojados como Mujica y otros fallutamente comprensivos como Vázquez por los problemas bancarios de las farmacias que venden marihuana. La presidencia manda a su secretario a EE.UU a hacer contactos y ahora va una delegación. La bancada oficialista, que no empuja ningún proyecto importante, se rebela y cita al club de los soberbios (léase equipo económico) por este tema y exige soluciones rápidas, porque sino para el parlamento. El cannabis logró lo que nada pudo hasta ahora: dinámica y urgencia oficialista. Fue movilizador. En las casas que uno entra, muchas en todo el país, con los uruguayos con los que hablamos, esto no está ni en el sótano de sus prioridades. Es para divertimiento o enojo de políticos con tiempo. De políticos que tienen casa y techo, con saneamiento, que ven Netflix, y debaten sobre el imperialismo bancario compartiendo alguna tirita de asado humeante. No es la revolución en el escritorio, sino en la parrilla. Estos compatriotas se acuerdan de un presidente y un partido que cambió su radical compromiso de “educación, educación, educación”, por otro muy pequeño burgués y de élites, “cannabis, cannabis, cannabis”.