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Populismo y dictadura

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Es muy delgado el hilo que separa a los populismos de las dictaduras. El ejemplo más conocido y notorio es Venezuela, aunque algunos de sus satélites surgidos a fuerza de petróleo se empeñan en hacer méritos que le permitan compartir la vanguardia.

Es muy delgado el hilo que separa a los populismos de las dictaduras. El ejemplo más conocido y notorio es Venezuela, aunque algunos de sus satélites surgidos a fuerza de petróleo se empeñan en hacer méritos que le permitan compartir la vanguardia.

No hace falta profundizar mucho para observar cuánto tienen en común y la levedad de los matices que se mantienen entre una categoría y otra. Que si no se rompen formalmente es porque hoy en día el rótulo de “democracia” (tras la caída del régimen comunista, la fragmentación de la Unión Soviética y la desaparición de la cortina de hierro en Europa oriental) es imprescindible como tarjeta de presentación en el mundo, en los foros de discusión internacionales y hasta en las relaciones económicas de los países. Pero ni las dictaduras —lógico— ni los populismos, son democracias.

Los populismos utilizan sí, mecanismos e instituciones de la democracia como el voto para acceder al poder. Llegan aprovechando falencias y debilidades de las democracias, y en ancas, sobre todo de las masas marginales disponibles, presa fácil de la seducción reivindicativa. Se olvidan —o no les importa nada— que la democracia es mucho más y no se agota en el sufragio (el caso más notorio es Hitler que llegó por esa vía). Que implica un conjunto de libertades, derechos y garantías que son su esencia y su razón, y que están respaldadas en el principio de Separación de Poderes y la absoluta independencia del Poder Judicial.
No se concibe una democracia sin libertad de expresión, libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de asociación. Sin respeto a los derechos humanos. Sin jueces que no dependan del poder político, que sean garantía de esas libertades y actúen conforme a sus convicciones, sin estar sujetos a los vaivenes emocionales, los credos oficiales o las arbitrariedades que el mandamás de turno pretenda imponer.

Allí es donde convergen populismo y dictadura. El contenido de sus acciones es el mismo. ¡Al diablo con las libertades, derechos y garantías de los ciudadanos! ¡Al diablo con la Separación de Poderes y la Justicia independiente! Con el verso de la unidad del Estado —que se ha escuchado también en nuestro país— los jueces pierden autonomía e identidad propia. ¿Cómo van a opinar distinto al que luce la banda presidencial? ¿Cómo van a anularle o corregirle una decisión porque afecta los derechos de los ciudadanos y los principios democráticos?

El vulgar dictador y el presidente populista no son distintos. Se consideran por encima de la Constitución —que ellos mismos se han encargado de reformar a su antojo— y la aplican según su conveniencia, porque nadie tiene más poder que ellos. América Latina ha superado la época de dictaduras militares: las cambió por gobiernos populistas, impunes por el momento al derecho internacional, donde encuentran camaradas o compran voluntades. Venezuela sigue a la cabeza: no importa que tenga once generales como ministros (¿populismo cívico-militar?), que el Estado reciba el 96% de los ingresos por exportaciones (el monopolio del petróleo de Pedevesa), que tenga los peores registros en materia de seguridad y que la inflación galope por encima del 50%. La culpa de todo la tiene “la derecha fascista” (todos los que no apoyan ni votan a Maduro) y para ellos, sin importar edad, sexo u ocupación, existe la represión. Ya sea por censura y cárcel (caso de los medios de comunicación) o apaleamiento y muerte (caso de los estudiantes o simples manifestantes).

En este momento proliferan en la región las organizaciones que incluyen en sus estatutos las “cláusulas democráticas”, insertadas teóricamente para salvaguardar este territorio de las ambiciones autocráticas. Desde la OEA (cuyo Secretario General, el chileno José María Insulza es solo un inútil, si somos bien pensados), siguiendo por el Mercosur y la Unasur. Todas han convertido la “cláusula democrática” en una farsa y en el caso del Mercosur y la Unasur, en el más absoluto cinismo. Venezuela se desangra por la represión, pero lo cancilleres corres prestos a la convocatoria de Maduro para expresarle su solidaridad. Demasiado fuerte.

Bien podría alguna de estas instituciones tomarse en serio la “cláusula democrática” que agitan orgullosas, para hacerla respetar. Entender que la sola formalidad del voto propia de los populismos, no asegura la democracia. Que incluso las dictaduras permiten votar (como ocurrió en nuestro país en aquellos años negros, con la reforma constitucional fracasada y las elecciones internas de los partidos). Que la democracia es bastante más que practicar la gimnasia del sufragio y que inclusive no hay certeza de que se respete los resultados de las urnas porque el poder está centralizado en la casa de gobierno, que no rinde cuentas a nadie. No existe el juego de pesos y contrapesos que aseguren el normal funcionamiento de una democracia.

Igual que en las dictaduras.

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Washington Beltrán

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