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Los colmillos de la FIFA

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FIFA se maneja siempre con absoluta impunidad. Tiene sus propias reglas, sus propios principios rectores, su propio código de justicia, sus propios tribunales jurisdiccionales. Los países miembros acatan, se van o los van, pero nadie puede discutir sus decisiones.

FIFA se maneja siempre con absoluta impunidad. Tiene sus propias reglas, sus propios principios rectores, su propio código de justicia, sus propios tribunales jurisdiccionales. Los países miembros acatan, se van o los van, pero nadie puede discutir sus decisiones.

A la FIFA se le ocurrió organizar un Campeonato Mundial en Qatar para el año 2022, un país de 11.586 kilómetros cuadrados (más chico que el departamento de Salto), gobernado por una monarquía absoluta, con poco más de dos millones de habitantes (solo un 15% son qataríes), un calor sofocante sobre todo en el verano (a partir de junio en esa región) donde la temperatura oscila los 50° centígrados, pero que tal vez sea la nación más rica del mundo por sus reservas de petróleo y gas natural.
Pero ¿es eso suficiente? ¿No hay límites a su discrecionalidad? ¿No juegan otros valores que deberían ser más importantes que los caprichos del rector del fútbol mundial? ¿Alcanza el argumento del dinero, por más que sea mucho dinero, para justificar la responsabilidad y el honor que significa ser sede de un acontecimiento deportivo de ese nivel?

Qatar prevé gastar más de 200 mil millones de dólares en infraestructura antes de que inicie el evento deportivo (el gasto en Brasil ascendió a 11 mil millones y pavada de lío que se armó), incluidos 34 mil millones en un sistema de trenes y metro, 7 mil millones en un puerto, 17 mil millones en un aeropuerto, unos 4 mil millones para la construcción de estadio deportivos y una cifra no conocida para un sistema de refrigeración de esos estadios a una temperatura de 20° durante el mundial. La mano de obra para esos trabajos, que comenzaron el 2 de diciembre de 2010, es inmigrante, sobre todo de India y Nepal.

Según un informe de la Confederación Sindical Internacional, se estima que hasta la fecha han muerto unos 1.200 inmigrantes trabajando y la proyección es que otros 4.000 obreros van a morir hasta el comienzo de la competición. Los trabajadores son expuestos a largas jornadas laborales los siete días de la semana, bajo temperaturas insufribles, viven en condiciones infrahumanas, la comida es elemental e insuficiente, sufren el impago de salarios pero se encuentran atrapados porque les son confiscados los pasaportes y no pueden marcharse del país ni cambiar de ocupación sin permiso del patrón. El sistema laboral es el del patronazgo o “kafala”.

Esto, ya es descalificador para Qatar y su simple candidatura no debería haber sido aceptada. Pero hay más: según el británico The Sunday Times los sobornos han estado a la orden del día. Algo han logrado desentrañar en esta materia tras una investigación de miles de facturas, faxes y correos electrónicos, pero existe la certeza de que hay mucho más.

Según ese informe, Mohammed Bin Hammam, de origen qatarí, presidente de la comisión asiática de fútbol e integrante del comité ejecutivo de FIFA entre el 2002 y 2011 (perdió su cargo cuando aspiró al de Joseph Blatter), pagó varios millones de dólares en regalos y agasajos para llevar el mundial a su país.

Algunas cifras que se manejan sobre esa base dicen que, por lo menos:
—5 millones de dólares fueron para países de la Federación Africana de Fútbol.

—1,7 millones para la Federación Asiática de Fútbol.

—1,3 millones para la Confederación de Fútbol de Norte, Centroamérica y el Caribe, aunque aquí esa suma queda de pique muy corta: Jack Warner, de Trinidad u Tobago ye integrante del Ejecutivo de la FIFA dio a conocer que desde 1998 recibió más de 6 millones de dólares, solo por cada reelección de Blatter. Y, para el caso Qatar, el Times apunta a que Warner recibió US$ 1,6 millones meses antes de la votación de sede.
El cúmulo de denuncias obligó a la FIFA a nombrar un investigador, designación que recayó en Michael García, un ex fiscal de Nueva York, que Blatter describió como un “duro ante los piratas de Wall Street”, aunque la verdadera historia de García dice que luego de un tiempo dejó la fiscalía y pasó a trabajar en un estudio de abogados, donde defendió a los que antes perseguía. Hasta ahora no se conocen resultados de sus investigaciones, pero se sabe que no es como Thomas Hildebrand, el juez que destapó la corrupción de Joao Havelange y compañía, que Blatter ocultó.

Con este panorama se realizó en San Pablo días atrás el Congreso de la FIFA. Europa —muy molesta con Qatar— pretende limitar las reelecciones en FIFA y poner un límite de edad, como forma de terminar con el extenso mandato del suizo. Pero lo que hubo fue un respaldo a Blatter después de que anunciara que FIFA entregaría a cada país US$ 750.000 sacados de sus fabulosas reservas (embolsará US$ 4.000 millones por publicidad y venta de derechos de televisión de Brasil 2014). La mejor descripción del clima que generó en algunos países fueron las palabras del presidente de la Federación Cubana de Fútbol, Luis Hernández: “Nadie cambia a nuestro presidente de la FIFA cuando tenemos una FIFA victoriosa”.

Allá los semiesclavos que mueren en Qatar, los generosos sobornos que salpican buena parte del mundo, los futbolistas que deberán desafiar los 50 grados, el tendencioso fair play que se exige dentro de una cancha: nada empaña a una “FIFA victoriosa”, al estilo cubano.
Nosotros seguimos en la nuestra: esto es corrupción y de la peor.

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Washington Beltrán

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