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Dificultades del sindicalismo

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VICTORIA FERNÁNDEZ HERRERA
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La crisis de identidad del movimiento sindical uruguayo es verdaderamente alarmante. 

Por una parte de manera totalmente desinhibida, y ante el vacío dejado por su familia directa -la oposición política desnorteada por el duelo de haber perdido la silla- intenta a los tumbos volverse la oposición de hecho.

Asumiendo un rol que sin duda excede sus fines prácticos, no cumple con lo que sus afiliados necesitan y esperan, y en el que a sus principales dirigentes se los ve desconcertados, ya que o bien no saben desempeñar el papel, o aún no encuentran su propia voz narrativa.

Normal. Debe ser difícil aprender a no cogobernar, y a tropezar día a día con un archivo que no perdona el hecho de haber tendido la mano a sangrientas dictaduras y truncados emprendimientos económicos.

Todo tiene un límite, y la gente no es tonta. En plena crisis sanitaria, el rol de un movimiento sindical como el uruguayo, con su historia, con su tradición, debería ser fundamental y estar a la altura de las circunstancias. Poniendo el hombro. Sin embargo lo que se ve, salvo destacables excepciones es totalmente lo contrario. Un día tras otro es noticia algún dislate. Abuso de las licencias sindicales. Intentos de amedrentar trabajadores que no desean adherirse a huelgas violando así su derecho al trabajo. Exigencias y críticas desmedidas a cuanto hace el gobierno. Y se suma la escena del fin de semana pasado en el Sodre.

Todo esto son síntomas de algo más grande. De algo que debe inquietar. Porque como en toda democracia desarrollada, la existencia de un movimiento sindical maduro es fundamental. ¿Qué es lo que les pasa? A primera vista resulta inexplicable. El gobierno ha respetado el statu quo existente en materia de relaciones laborales. Es más, hasta se podría decir que lo ha fortalecido, porque lo ha vuelto ecuánime.

Entonces, ¿por qué está tan perdido el sindicalismo uruguayo? Creo que la respuesta está a la vista. La pandemia ha resaltado sus carencias, y dejado a la vista los verdaderos fines de buena parte de su estructura y dirigencia. Un entramado cuyas finalidades no son otras que vivir en exclusiva de la industria sin chimeneas de las negociaciones colectivas, como trampolín de carreras políticas en partidos de izquierda, o ultraizquierda, casi en exclusividad.

Donde muchas veces no cuentan los votos, sino el espíritu de lucha que históricamente se demostraba en la cancha con paros, piquetes, y medidas varias… Pero las reglas cambiaron. Ya no es tan fácil imponerse por la fuerza, porque ahora prevalece la Ley y el Estado impone el orden en la convivencia. Y porque además la crisis sanitaria reveló que los sindicatos desempeñando el rol de la forma en que lo venían haciendo tampoco son tan útiles. En la historia de Occidente los contratos han tenido una misión civilizadora, sobre todo en materia laboral. Y el Uruguay lo está entendiendo. Es mucho mejor lo que pactan las partes, que lo que otros arreglan por ellos.

Nada mejor que la fuerza obligatoria de la palabra de los propios involucrados, de los que saben y sufren en carne propia los avatares del negocio. Pasó el tiempo de los iluminados. Es tiempo de los que saben, y quieren trabajar, respetando los derechos de todos. Sin atropellos.

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