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Desregular el trabajo y más

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VICTORIA FERNÁNDEZ
HERRERA
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La primera reacción de casi cualquier democracia liberal para sortear una crisis suele ser intervenir el mercado, planificar, endeudarse, y gastar más.

Generalmente con la promesa de reformas estructurales que nunca acompañan el cronograma de endeudamiento, y que quedan rezagadas por esa tendencia natural del hombre a no cambiar nada. Un conservadurismo de ribetes suicidas cuando se trata de la economía de un país.

No es el caso de Uruguay. Nos salvaron del naufragio unos miles de votos. La ministra Arbeleche y otras voces que se han escuchado nos dan la tranquilidad de que nos gobierna un equipo sensato, que sabe que en momentos duros hay que apoyar, pero que esto necesariamente va de la mano de ajustes estructurales. Nada es gratis en esta vida, y eso lo sabe hasta el sindicalista más radical. Solo que algunos prefieren hacer política de cabotaje y así vociferan en las redes diciendo que Uruguay es el país que menos gasto ha puesto en paliar la crisis. Es increíble ver como avezados técnicos en economía insisten sobre el concepto de que “Uruguay tiene espalda para endeudarse”. Da tristeza ver un debate tan pobre indoors. Cuando el mundo reconoce la gestión seria que Uruguay (porque esto no es solo patrimonio del gobierno) ha realizado de la emergencia sanitaria, la oposición debería alinearse con la marca país, y colaborar aún en el disenso tirando del carro, no poniendo palos de utilería en las ruedas. Por eso, ante la urgencia de zafar cuanto antes de la crisis generada por el COVID-19 se hace necesario pensar en dos temas fundamentales de las relaciones laborales. Más y mejor formación adaptada a estos tiempos, y desregulación del trabajo que ya no soporta ese corset arcaico que en Uruguay lo asfixia. No son pocas las posturas que no ven en el Inefop una institución capaz de promover el empleo de calidad. Se comprende la aversión a una organización con ese formato que no siempre es el ideal, sin embargo hay que darle su oportunidad de brillar, y es ahora. Es el principal instrumento para promover puestos de trabajo con habilidades blandas que se adapten a lo que viene, pero por sobre todo, a un país que necesariamente debe abrirse al mundo, y pensar sin límites.

Debemos olvidarnos de esas quimeras de la patria chica y la patria grande, hoy en lo laboral, la patria es el mundo, y allí están las oportunidades. Junto con esa moderna impronta que hay que darle a la formación en nuevas capacidades, hay que plantear una desregulación del trabajo en todos aquellos aspectos donde se inhibe la voluntad de las partes, con el fin de cumplir con el falso mandato de asegurar “mínimos” en materia de derecho del trabajo. Para garantías están los juzgados.

Las partes, capaces, con representación sindical, en negociaciones tripartitas, deberían quedar liberadas para poder darse el marco normativo que entiendan mejor para sus intereses. Todo lo demás es dirigismo, es resabio de otras épocas donde la libertad no era el faro.

Debemos poner rumbo hacia el pleno goce de la libertad individual, los contratos voluntarios y libres entre las partes, y la propiedad privada, para así zafar de las lógicas colectivistas que aún acechan aguardando dar el golpe con el cuento de la renta básica.

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