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Solares vergonzosos

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El decoro de una ciudad depende de los esmeros con que la autoridad municipal vela por el buen mantenimiento de calzadas, aceras y edificios. De la misma manera en que un individuo cuida el buen aspecto con que se presenta ante el prójimo -lo cual también forma parte del sentido del decoro- quienes gobiernan una ciudad deben estar atentos ante la apariencia de fachadas, arbolado, alumbrado y veredas. sobre todo si esa ciudad pretende ser un centro de atracción turística, como ocurre con Montevideo. Sin embargo, en esta capital hay numerosos puntos que no cumplen con esas normas, demostrando la irresponsabilidad de los constructores y el descuido de las autoridades en el caso de edificios cuya obra ha quedado interrumpida durante largos años, sin que parezca haber reglas que impongan la culminación de esas obras para que el escuálido panorama de sus esqueletos desnudos afecte de modo impresentable el paisaje urbano.

El decoro de una ciudad depende de los esmeros con que la autoridad municipal vela por el buen mantenimiento de calzadas, aceras y edificios. De la misma manera en que un individuo cuida el buen aspecto con que se presenta ante el prójimo -lo cual también forma parte del sentido del decoro- quienes gobiernan una ciudad deben estar atentos ante la apariencia de fachadas, arbolado, alumbrado y veredas. sobre todo si esa ciudad pretende ser un centro de atracción turística, como ocurre con Montevideo. Sin embargo, en esta capital hay numerosos puntos que no cumplen con esas normas, demostrando la irresponsabilidad de los constructores y el descuido de las autoridades en el caso de edificios cuya obra ha quedado interrumpida durante largos años, sin que parezca haber reglas que impongan la culminación de esas obras para que el escuálido panorama de sus esqueletos desnudos afecte de modo impresentable el paisaje urbano.

Eso le recuerda a este cronista la visita que hizo a la ciudad de Palermo. Se sabe que Palermo fue bombardeada por la aviación norteamericana en 1943, al comienzo de la invasión de Italia por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Los alrededores de su puerto sufrieron durísimos daños en su edificación, que en buena medida tenía un elevado valor histórico. Entre las construcciones destruidas figuró el palacio Lampedusa, que había sido el hogar de Giuseppe Tommasi, el autor de la célebre novela, "El Gatopardo". Pero 68 años después de aquel bombardeo, la zona portuaria y varios edificios prestigiosos seguían en el mismo estado ruinoso en que quedaron en 1943. En ciertos lugares de Montevideo, parecería que el deprimente ejemplo se hubiera contagiado y el abandono (o el olvido de las normas del decoro urbano) fuera la nota dominante.

Por motivos que no tienen razón conocida, hay abundantes edificios de muchos pisos que permanecen durante décadas incompletos, con una ennegrecida estructura a la vista, y a menudo con restos de andamios abandonados y envejecidos, estropeando todo su entorno. Tres generaciones de montevideanos han pasado frente a la esquina de la avenida 18 de Julio y Tacuarembó, donde antiguamente funcionó la tienda El Cabezón, donde permanece el esqueleto de un edificio inconcluso, descalificando el aspecto de la principal avenida. Pero a ese medio siglo de un cuadro ruinoso debe sumarse por ejemplo la esquina de Brandzen y Joaquín Requena, cuya obra trunca sigue afectando desde hace décadas lo que la rodea. O la vergüenza de convertir en un baldío el sitio donde se alzaba majestuoso el Teatro Artigas en Andes y Colonia y donde desde la década del 70 hay simplemente un espacio vacío para estacionar autos.

Hay otros casos similares en Rincón y Zabala, en el desolador aspecto de San José y Florida, atrás de la antigua Casa de Gobierno, sin olvidar la imperdonable demolición de Cerrito y Solís, donde se alzaba el hermosísimo local del Royal Bank of Canada y donde solo crece pasto desde hace años. Todo ello sin saltear el otro caso de Avenida Brasil y Benito Blanco, donde resulta inexplicable que la Intendencia permita otro vacío similar (es decir, otro estacionamiento) en un barrio especialmente calificado que merecería mayor rigor para impedir esos huecos. El decoro de una ciudad, y por lo tanto el de quienes la gestionan, piden otro tipo de conducta capaz de remediar tantos descuidos.

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