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Los Sanfermines eternos

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El lunes se iniciaron, como todos los 7 de julio, las Sanfermines. Desde la puerta del Café Iruña, en Pamplona, veo la Plaza del Castillo, escenario donde acontecía todo en los Sanfermines de aquellos tiempos, cuando había fuegos artificiales, se exhibía cine mudo y luego todos bailaban. Esto fue lo que atrajo a Ernest Hemingway por primera vez a Pamplona, hace 81 años. Fue con su esposa Hadley, aconsejado por Gertrude Stein. Desde entonces, los Sanfermines serían para él una cita ineludible y tema esencial de varios de sus celebrados libros, en especial su novela "Fiesta", llevada al cine.

Pero sólo una parte de cuanto vio Hemingway sobrevive, por ejemplo, el disparo del Chupinazo, a las doce del mediodía del 7 de julio, costumbre que data de 1941. Pero hay, sí, otras relaciones.

Hablar de Hemingway en Pamplona es hablar del café Iruña, que fue lugar común de todas sus visitas. Allí bebió incontables botellas de vino y cognac, a veces con Ava Gardner. Ahora, allí, le v

El lunes se iniciaron, como todos los 7 de julio, las Sanfermines. Desde la puerta del Café Iruña, en Pamplona, veo la Plaza del Castillo, escenario donde acontecía todo en los Sanfermines de aquellos tiempos, cuando había fuegos artificiales, se exhibía cine mudo y luego todos bailaban. Esto fue lo que atrajo a Ernest Hemingway por primera vez a Pamplona, hace 81 años. Fue con su esposa Hadley, aconsejado por Gertrude Stein. Desde entonces, los Sanfermines serían para él una cita ineludible y tema esencial de varios de sus celebrados libros, en especial su novela "Fiesta", llevada al cine.

Pero sólo una parte de cuanto vio Hemingway sobrevive, por ejemplo, el disparo del Chupinazo, a las doce del mediodía del 7 de julio, costumbre que data de 1941. Pero hay, sí, otras relaciones.

Hablar de Hemingway en Pamplona es hablar del café Iruña, que fue lugar común de todas sus visitas. Allí bebió incontables botellas de vino y cognac, a veces con Ava Gardner. Ahora, allí, le vemos apoyada al mostrador, con su talla enorme; es una estatua de bronce, de tamaño natural. Y a su lado todo el mundo se bebe una copa. No lejos de ella, junto a la escalera hacia el piso alto, está la mesa donde solía escribir.
Desde el café Iruña tenía una visión privilegiada de la Plaza del Castillo, desde donde veía, con la copa en la mano, lo mejor de los Sanfermines. Cruzando la calle, estamos en el Hotel La Perla, a cuya propietaria del año 1923, Ignacia Erro, consideraba su benefactora. Ella le dio siempre la habitación 217, que hoy no se alquila; su exhibe, con sus balcones a la calle Estafeta, para ver los toros.

Pamplona sabe bien quién era Hemingway (el Premio Nobel de Literatura, el cazador en África, el aventurero en las guerras), ha asumido su leyenda y lo recuerda anualmente. Hay pasacalles en su homenaje. Cercano a los sesenta años, seguía visitándola, cuando ya las fiestas tenían el atractivo internacional que él había contribuido a darle.
Y, hacia la izquierda, a pocos pasos del café Iruña (en el 26 de la Plaza del Castillo) está, desde 1941, la librería de Gómez S.A., donde he comprado una nueva edición de "Muerte en la tarde", cuya carátula muestra al joven Hemingway y su esposa Pauline, en la plaza de toros. Es la primera edición castellana idéntica a la inglesa del año 1932, con las fotografías de aquellas corridas y un homenaje del escritor a Navarra y su gente.

Esa relación de Hemingway con Pamplona es una clave para comprenderlo mejor: llegó como periodista y se marchó como novelista. Su primer artículo de los Sanfermines, fue un reportaje donde habla de la primera corrida de toros que presenció en su vida y, también, de las montañas de Navarra. Y luego Hemingway se convirtió, al decir de Gabriel García Márquez, en el escritor que más ha influido en quienes tienen su mismo oficio.

Sentado donde Hemingway escribía en el café Iruña, redacté apuntes para esta crónica; luego fui al Hotel la Perla, bajo el limpio cielo azul de Pamplona, y recorrí la todavía vacía Plaza del Castillo. Emociona saber que estos recorridos hizo el querido y barbado maestro de "Fiesta", "Muerte en la tarde" y "El verano peligroso".

Me parece verlo, con su barba blanca, penacho de su fama, caminando una vez más en Pamplona, ese mundo entre real e imaginario del que nunca acabó de irse del todo.

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Rubén Loza Aguerrebere

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