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Periodismo de una escritora

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Los lectores ingleses de hoy están fascinados con la anglo/jamaicana Zadie Smith. Esta joven escritora se suma, de esta manera, a la lista de muy relevantes escritores anglosajones que pertenecen a otras culturas, como son los casos del ganador del Premio Nobel literario, V.S. Naipaul, o bien el indio Salman Rushdie.

Los lectores ingleses de hoy están fascinados con la anglo/jamaicana Zadie Smith. Esta joven escritora se suma, de esta manera, a la lista de muy relevantes escritores anglosajones que pertenecen a otras culturas, como son los casos del ganador del Premio Nobel literario, V.S. Naipaul, o bien el indio Salman Rushdie.

¿Zadie Smith? A los 25 años alcanzó la fama con “Dientes blancos”, y fue ganadora del premio a la Mejor Primera Novela y el Premio de los Escritores de la Commonwealth. Luego aparecieron “El cazador de autógrafos” y “Sobre la belleza”. Y ahora este reciente libro, que el lector tiene en traducción castellana, titulado “Cambiar de idea” (Salamandra/Gussi). En estas páginas, Zadie Smith ha cambiado de género literario.

Aquí, ha recopilado por primera vez sus ensayos, que rebosan inquietud intelectual, y con los cuales toca variados temas, desde la política a cultura, pasando por sucesos de la vida cotidiana. En estas páginas, Zadie Smith escribe sobre Barack Obama, Franz Kafka, Greta Garbo y hasta los Premios Oscar. Ello da una idea de la amplia y abierta mirada de la autora, y del espíritu lúdico de su admirable inteligencia.

Empecemos por los ensayos dedicados al Oscar. Allí, visitando el hotel Mondrian, escribe Zadie Smith: “Las chicas despampanantes son perfectas. Las actrices son bajitas; tienen la cara irregular, la nariz torcida. Las actrices son encantadoras. No tienen un moreno uniforme y oscuro, no llevan “sarongs” como los de Gucci… Hay una desconexión deprimentes entre las chicas que quieren ser actrices y lo que es en realidad una actriz de éxito en Hollywood”.

Y en una fiesta de celebridades, sin la prensa, que los actores famosos beben poco y comen menos, se cuidan de lo que dicen y ostentan sus arrugas, la escasa estatura o el rimel corrido.

Y vamos al viaje que hace a Liberia. Al sobrevolar Monrovia ve que el aeropuerto “no es mayor que la escuela de una aldea”. Llueve, pero persiste el calor agobiante. No hay una red de carreteras; debe escoger cada destino con cuidado. En un mercado las mujeres en cuclillas venden jabón en polvo. Una de ellas, que tiene cinco hijos, y le confiesa que gracias a ese trabajo puede enviar a dos hijos a la escuela. ¿Cómo los elige? Responde que van los de 14 y 15 años porque terminarán antes; los de cinco, seis y siete años, trabajan con ella.

Tras analizar a Nabokov y a Kafka (“un hombre corriente”), me parece interesante terminar (es imposible abarcar este libro tan seductor) con sus consideraciones sobre el lenguaje. Afirma que la adaptación de la voz sigue siendo el pecado original de los británicos: si el tono es ascendente al final de las frases estilo norteamericano, “eres un vendido”; pero “si pronuncias palabras europeas prestadas en su manera original, eres un farsante”. Dice: “Nuestras voces son quienes somos”. Y admite que ella adquirió su voz en Cambridge, olvidándose luego de la voz de Willesdem.

Como estuvo presente en actos de Barack Obama cuenta que, para él, tener más de una voz y un oído, es un don tan interesante que le permite cambiar el estilo de su voz y, también, el nivel de sus discursos, atendiendo situación y lugar del público al que se dirige.
Como ven, “Cambiar de idea” revela que los lectores ingleses tienen razón, siguiendo los libros de esta impar escritora.

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