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La muerte cotidiana

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Todos los días nos llegan noticias que tienden a fomentar el desprecio por la vida humana. Accidentes, delitos de sangre, sadismo criminal, dejan al desnudo a una sociedad que cada vez reacciona menos frente a la cultura de la violencia. Para percibir esto basta con leer la crónica policial, atender a lo que trasmiten los informativos y también ver lo que se percibe en las calles y la reacción del público ante ello. Recientemente un crimen atrajo público atónito pero también público cuya única reacción fue fotografiar desde sus teléfonos.

Todos los días nos llegan noticias que tienden a fomentar el desprecio por la vida humana. Accidentes, delitos de sangre, sadismo criminal, dejan al desnudo a una sociedad que cada vez reacciona menos frente a la cultura de la violencia. Para percibir esto basta con leer la crónica policial, atender a lo que trasmiten los informativos y también ver lo que se percibe en las calles y la reacción del público ante ello. Recientemente un crimen atrajo público atónito pero también público cuya única reacción fue fotografiar desde sus teléfonos.

Basta con leer la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” para percibir cuánto se atropellan esos derechos. Por ejemplo, el artículo tercero donde se asegura que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.

Hace pocos años se reveló que existía un grupo de menores de edad montevideanos que, equipados con chalecos a prueba de balas y armas poderosas, se dedicaban a protagonizar atentados homicidas por encargo. Esto colocaba a chicos uruguayos en el nivel de otros países que ya contaban con bandas de menores llevados al delito por su drogadicción o por presión de adultos que los prefieren considerando que su edad suele llevar a que de ser capturados reciban penas más livianas. Esquema que llevó al arzobispo sudafricano Desmond M. Tutu a decir: “No lograremos hacer este mundo más seguro empleando tácticas basadas en la deshumanización de otros o refugiándonos en el uso del poder o en la agresión, o en la defensa selectiva de los derechos humanos o en la demonización y marginalización de algunos. Esas son estrategias cortas de vista que sólo conducen a más conflictos, inseguridad e injusticia en el largo plazo.”

La crónica roja nos reporta otros fenómenos que fomentan en Uruguay el desprecio por la vida humana. Nos azotan epidemias modernas como la de los accidentes que producen anualmente miles de muertos y heridos y que los seguirán produciendo mientras no se generalice el respeto por la ley de Tránsito y Seguridad Vial. La ingestión de bebidas alcohólicas, el consumo de drogas, manejar con sueño, la velocidad excesiva y conductas peligrosas que van desde manejar con ligereza hasta el transportar pasajeros en la caja de camiones, apeñuscados sobre motos tambaleantes o parados en ómnibus lanzados a devorar kilómetros en el menor tiempo posible.

La violencia que engendra desprecio por la vida humana procura cada vez más vías de salida. Así tenemos agresiones en creciente amplitud. Jóvenes que atacan y matan a sus padres y abuelos así como el cuadro inverso: padres que agreden a sus hijos o a los profesores de sus hijos. Y a no olvidar los adultos que van a esperar la muerte en casas de “salud” de condiciones inaceptables. No nos podemos resignar a ser absorbidos por todo esto, que enferma a nuestra sociedad, acentuando más y más el desprecio por la vida.

Se hace necesaria una reacción aunque no encontremos comportamientos satisfactorios en órbitas clave como el ministerio del Interior, cuyo titular asombrosamente satisface tanto a uno de loso precandidatos frenteamplistas.

Hobbes dijo que “el hombre es el lobo de los hombres”. Tenemos que fomentar lo opuesto: un espíritu que corte el círculo vicioso de una violencia que quiere negar el hecho de que la vida humana es siempre sagrada.

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