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La hipocresía anticapitalista

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Quiero aclarar que estas líneas fueron gestadas en un sentimiento de hartazgo hacia aquellas personas que creyendo estar ubicadas varios peldaños más arriba en la escalera de la moralidad, miran hacia abajo a los que nos confesamos capitalistas, haciéndonos llegar sus más profundos sentimientos de repugnancia.

Quiero aclarar que estas líneas fueron gestadas en un sentimiento de hartazgo hacia aquellas personas que creyendo estar ubicadas varios peldaños más arriba en la escalera de la moralidad, miran hacia abajo a los que nos confesamos capitalistas, haciéndonos llegar sus más profundos sentimientos de repugnancia.

El capitalismo es un sistema de cooperación social voluntaria, basado en la propiedad privada y en la importancia de su respeto para la creación de riquezas, y en el cual tanto los beneficios como las pérdidas corresponden única y exclusivamente a sus dueños. Casi todos saben que el capitalismo se convirtió, desde finales del siglo XVIII y de manera progresiva, en el principal propulsor de la economía en la mayoría de las naciones. Pero lo que pocos conocen es cómo sus beneficios se expandieron a partir de aquel entonces, cuando casi el 90% de la población nacía en la pobreza y moría en ella sin oportunidad alguna de progreso y crecimiento personal, mientras que hoy la misma se ubica por debajo del 20%.

Estamos hablando del responsable de los mayores avances sociales en siglos; sacó a 3.000 millones de personas de la pobreza en menos de 100 años. De hecho, la semana laboral de cinco días, las vacaciones pagas y el salario más alto hasta aquel entonces, fueron implementados por primera vez de la mano de Henry Ford, con la única finalidad de que sus trabajadores fueran felices para así no sufrir un continuo recambio de los mismos, lo cual era una gran desventaja en pos de una mayor eficiencia. Esta fue la razón por la cual los ejecutivos de la General Motors se vieron forzados a imitar las condiciones laborales de su competidor para evitar así la fuga de empleados, convirtiéndose esta tendencia en una ola que acaparó a toda la industria estadounidense, como ven, forzada por el capitalismo.

Pese a lo dicho, los anticapitalistas siguen floreciendo por todas partes, orgullosos de su lucha, pero inmersos en un mar de hipocresía. Sostienen que el sistema le impone a la sociedad una forma de vida de la cual nadie puede escapar, obligándolos a comprar nuevos productos, a vivir de un trabajo quizás rutinario o -según suelen aducir- mal pago, en fin, esclavizando al pueblo en sus diabólicas redes.

Ahora bien, ¿cuál es la razón para que los antisistema se vean obligados a vivir empapados de aquello que tanto detestan? ¡Ninguna! Todos aquellos que estén en contra del capitalismo pueden irse a algún terreno lejos de la ciudad a vivir de manera autosuficiente, como mejor les plazca, ya que ni el capitalismo ni nadie se los impide, pero no impongan su forma de vida al resto puesto que allí sí estarían esclavizando. Esto ha pasado ya en la Alemania del Este, la Unión Soviética, y hoy en Corea del Norte y Cuba, países que compartieron y comparten la característica de ser cerrados, de tener la necesidad de cuidar sus fronteras ¡para que no se escapen los ciudadanos!, y en los cuales sus poblaciones se vieron a través de los años privadas de algo muy común para el resto del mundo: el progreso.

El capitalismo es la mejor herramienta en la historia de la humanidad para la creación de riqueza y su consecuente reducción de la pobreza. Ya es hora que adquiramos consciencia y lo defendamos como se merece.

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