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Encuestas y realidades

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En la votación para elegir los candidatos presidenciales de los partidos políticos, no fueron satisfactorias las previsiones de los encuestadores. Particularmente en lo que tuvo que ver con el Partido Nacional. El director de Cifra, Luis Eduardo González comentó: “los encuestadores profesionales debieron hacer las cosas mejor”. Ello, ya que “nadie pronosticó el ganador” y “casi todos reportaron una pequeña ventaja” para Jorge Larrañaga. Por su parte, Botinelli observó que en el nacionalismo “la encuesta distó bastante del resultado”.

En la votación para elegir los candidatos presidenciales de los partidos políticos, no fueron satisfactorias las previsiones de los encuestadores. Particularmente en lo que tuvo que ver con el Partido Nacional. El director de Cifra, Luis Eduardo González comentó: “los encuestadores profesionales debieron hacer las cosas mejor”. Ello, ya que “nadie pronosticó el ganador” y “casi todos reportaron una pequeña ventaja” para Jorge Larrañaga. Por su parte, Botinelli observó que en el nacionalismo “la encuesta distó bastante del resultado”.

Considerando que en octubre se materializará la elección nacional, estas realidades resultan inquietantes. Especialmente considerando que las encuestas apasionan y las de intención de voto cobran cada vez mayor intensidad a medida que nos acercamos a los comicios. La ocasión es por ende buena para ubicar el asunto en su raíz histórica. Empezando con algo que hace 120 años dijo Lord James Bryce: que la democracia llegaría a una etapa superior “si se pudiera averiguar en forma confiable y rápida, lo que la mayoría de los ciudadanos está pensando la mayor parte del tiempo”. Bryce no podía imaginar que la aproximación a tal cosa la lograría en 1922 George Gallup, luego de que fuera contratado con otros cincuenta estudiantes para preguntarle a los lectores de un diario estadounidense qué les gustaba y qué no les gustaba del periódico. Un caluroso día de verano, este joven de 21 años, decidió que tenía que haber una manera mejor de hacer aquello. Fue así que nació su tesis: concluyó que no era necesario preguntarle a todos. Bastaría entrevistar al barrer, de acuerdo con un plan de muestreo que tomaba en cuenta diversidades relevantes. Por ejemplo, geográficas, étnicas, económicas.
Gallup explicó lo que decía y hacía, mediante el ya famoso ejemplo del barril que contiene siete mil porotos blancos y tres mil negros, bien mezclados a fin de lograr un muestreo a partir de un puñado de aquellos porotos. Al principio aplicó su teoría sólo en el campo de los periódicos. Pero no demoró en empezar a evaluar la efectividad de la publicidad. Finalmente, en 1932 entró en el campo de la política cuando su suegra era candidata demócrata a secretaria de Estado. George Gallup hizo entonces una encuesta puerta a puerta preguntando a los votantes qué querían. La suegra ganó.

Había en ese entonces otros investigadores de mercado. “The Literary Digest” desde 1916 había preanunciado los resultados de las elecciones presidenciales estadounidenses. Enviaba millones de tarjetas postales a listas de personas tomadas de guías telefónicas y registros de propietarios de automóviles. En julio de 1936 sus tarjetas consultaron sobre la elección que enfrentaba a Alf Landon con Franklin D. Roosevelt. Gallup escribió que esa encuesta daría a Landon como ganador frente a Roosevelt pero que estaría equivocada, ya que Roosevelt ganaría, aunque Landon lograra una buena votación entre la gente que tuviera suficiente dinero como para poseer teléfonos y automóviles.
Se burlaron de Gallup, el “Digest”dio a Landon como ganador, triunfó Roosevelt y la encuesta Gallup se convirtió en una institución.

Las encuestas no demoraron en ser utilizadas para nombrar productos, medir popularidades y hasta determinar títulos, como el del relato “Lo mejor de nuestra vida”. Ahora veremos qué nos ofrecerán para la votación de octubre.

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Álvaro Casal

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