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Dos clásicos nuestros

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Juan José Morosoli se matriculó a los ocho años de edad en la escuela número 1, “Artigas”, conocida también como “escuela de varones”. Dos años más tarde debió dejarla. El libro de matrícula de la escuela establece lo siguiente: “Abandona la Escuela para trabajar”.

Juan José Morosoli se matriculó a los ocho años de edad en la escuela número 1, “Artigas”, conocida también como “escuela de varones”. Dos años más tarde debió dejarla. El libro de matrícula de la escuela establece lo siguiente: “Abandona la Escuela para trabajar”.

Aquellos años fueron toda su docencia disciplinada. Al decir del escritor y académico Santiago Dossetti, lo demás fue “una percepción desordenada y anárquica, casi angustiosa”.

Nacido en Minas en 1899, el próximo 29 de diciembre se cumple un nuevo año de su fallecimiento, en su ciudad, mundo de su clásica obra narrativa. En agosto de 1909, con motivo de la inauguración de las obras del Puerto de Montevideo, Morosoli ganó un concurso de composiciones sobre “El juramento de la Constitución”; fue así viajó por primera vez a Montevideo.

Sus primeras tareas las cumplió como mandadero de la librería de su tío César Porrini. Nada impide pensar que en aquella librería nació su vocación por la literatura. Unos años más tarde se instaló al frente del “Café Suizo”, que no demoraría en convertirse en una especie de cenáculo del pueblo, con sus tertulias, que dieron nacimiento al periódico “El Departamento”, donde comenzó a colaborar con el seudónimo de “Pepe”.

Pero vamos al escritor. Leer a Morosoli es “pasar una mano por el lomo del pasado”, diría Azorín. Gracias a sus páginas nos llega un tiempo que se fue, un tiempo que no conocimos, y que se derrama sobre nuestro espíritu. Morosoli muestra la aventura terrestre del hombre y realiza la transfiguración estética de su terruño. Baste recordar, entre otros, el espléndido relato “Los albañiles de Los Tapes”, su novela autobiográfica “Muchachos”, el cuento “El viaje hacia el mar” (que terminó en el cine, versión que le recomendé en Madrid al cineasta Fernando Trueba, director de “La belle époque”, ganador de un Oscar). Sentimientos semejantes se perciben leyendo “Hombres y mujeres”, “Vivientes” y los relatos de “Tierra y tiempo”.

Un escritor es original, o no lo es; si lo es, lo es de un modo profundo y simple, que ni él mismo lo sospecha. Morosoli lo era, ajeno a las complejas estructuras (sus cuentos tienen una sutil línea vertebral) y logró, como pedía André Gide, decir lo más con lo menos.

En una ciudad, Minas, y entre dos fechas (1899 y 1957) se define su orbe. Morosoli era un sensitivo; nada hay de solemne y altisonante en sus libros, pues cazaba los pequeños detalles, como si fueran mariposas clavadas con un alfiler, para recortarlas sobre el fondo gigante de la vida. No fue un coleccionista de rarezas, sino un poético coleccionista del pequeño mundo cotidiano.

NOVEDADES EDITORIALES.

El nuevo libro de Ruperto Long se titula “Piantao. Balada para Horacio Ferrer” (Aguilar), y en él recoge vida y obra del celebrado autor de “Balada para un loco”. La singular personalidad de Horacio Ferrer (fue periodista de esta casa) que ha sido el poeta de lo cotidiano en ambas márgenes del Plata, y sus relaciones cercanas con destacadas personalidades de la música y del espectáculo de nuestro tiempo, están en estas páginas. Ruperto Long ha narrado con profundo conocimiento ese itinerario poblado de sorpresas. Oportunamente recomendamos su libro anterior, que analizaba en los lugares donde vivió, al Conde de Lautreamont. Lo mismo hacemos con esta bienvenida obra.

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