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Centenario de un creador

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Qué lindo es ser uruguayo!” Estas palabras pertenecen al ilustre escritor argentino Adolfo Bioy Casares, ganador del Premio Cervantes, dueño de una vasta y rica obra literaria. Con ellas me saludó, la última vez que le vi. Sentía hondo afecto por el Uruguay; le gustaba Montevideo, caminar por la Ciudad Vieja. El pasado lunes 15 de septiembre se cumplió el centenario de su nacimiento. Nacido en Buenos Aires, en la unión de dos calles paralelas, como le gustaba decir, Montevideo y Uruguay, alzó el vuelo a los 84 años.

Qué lindo es ser uruguayo!” Estas palabras pertenecen al ilustre escritor argentino Adolfo Bioy Casares, ganador del Premio Cervantes, dueño de una vasta y rica obra literaria. Con ellas me saludó, la última vez que le vi. Sentía hondo afecto por el Uruguay; le gustaba Montevideo, caminar por la Ciudad Vieja. El pasado lunes 15 de septiembre se cumplió el centenario de su nacimiento. Nacido en Buenos Aires, en la unión de dos calles paralelas, como le gustaba decir, Montevideo y Uruguay, alzó el vuelo a los 84 años.

Bioy descubrió temprano su amor por las letras. Escribió su primer libro a los 9 años; lo hizo para atraer la atención de una prima, de la que se imaginaba enamorado. A esta obra infantil la siguieron varios libros juveniles. Casado en 1940 con la escritora Silvina Ocampo (hermana de Victoria, directora de la famosa revista “Sur”), apadrinados por Borges, dejó el tenis y sus aspiraciones de ganar el “Roland Garros”, por la literatura. Y aquel año escribió “La invención de Morel”. Prologada por Borges, la novela fue premiada en Argentina y tuvo inmediatas traducciones al francés y el italiano. Le dio rápida fama internacional.

Posteriormente, a cuatro manos, redactó con su esposa Silvina Ocampo, la novela policial “Los que aman, odian”. Y también con Borges, escribiendo juntos los cuentos publicados con el seudónimo de H. Bustos Domecq, en la colección titulada “Seis problemas para Isidro Parodi”.

Bioy Casares, quien no participaba de la llamada “vida literaria”, fue un hombre de mundo. Consideraba “La invención de Morel” como el libro que marcaba el punto de partida de su carrera literaria, aunque sentía predilección por su novela “El sueño de los héroes”.

Bioy desdeñó siempre aquellos primeros libros suyos, que he mencionado antes, y se opuso que fueran reeditados. Tuve en mis manos, en casa del profesor Donald Yates, en California, un ejemplar del volumen titulado “Diecisiete disparos contra lo porvenir”, que había firmado con el seudónimo de Martín Sacastrú. Tras leer unas cuantas páginas pensé que Bioy hacía bien en no reeditarlos. Donald Yates fue el primer traductor de Borges.

Bioy Casares comentaba que no sabía por qué se le ocurrían tantos cuentos de temas fantásticos. Me dijo: “No crea que desdeño la literatura realista; la frecuento mucho gracias a no pocos cuentos que me hacen amigas mías, los que escribo con entusiasmo, en lucha solitaria, enfrentado a mi pequeñez”.

Tejió, adherido a las nuevas formas literarias, sus historias relacionadas con el comportamiento de los personajes en medio de las dislocaciones temporales y espaciales que imaginó. “El héroe de las mujeres” es uno de sus títulos clásicos; en él pasea a sus lectores por los terrenos más inesperados. Renglón especial merece el lenguaje de este escritor que narraba con falsa negligencia y tenía un poder inusual para captar las inflexiones del habla cotidiana.

Bioy Casares nos ha dejado lo mejor de sí mismo, sus libros. En ellos siguen vivas las emociones de sus personajes, esas que lo rescatan de cuerpo entero en este centenario. Así lo confirma su vasta obra y su poderosa influencia en las letras modernas.

Bioy Casares, siempre presente, encarna un celebrado verso del poeta inglés Auden, que dice: “el escritor desaparece en sus lectores”.

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Rubén Loza Aguerrebere

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