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Allá lejos y hace tiempo

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Le gustaba decir que “emprendió muchas veces el estudio de la metafísica, pero que siempre lo interrumpió la felicidad”. Borges consideraba esta frase como “una de las más hermosas del mundo”. La pronunció William Henry Hudson, procurando definirse con ella. Y lo logró.

Le gustaba decir que “emprendió muchas veces el estudio de la metafísica, pero que siempre lo interrumpió la felicidad”. Borges consideraba esta frase como “una de las más hermosas del mundo”. La pronunció William Henry Hudson, procurando definirse con ella. Y lo logró.

Hudson es el autor de una famosa novela ambientada en el Uruguay, “La tierra purpúrea” (de 1885), que tuvo, entre otros lectores famosos, al coronel Lawrence de Arabia, a Theodoro Roosevelt y a Unamuno, quien dijo: “Hudson vivió y sintió lo que un hijo de la Banda Oriental, nacido y criado en ella, no había visto ni sentido… Sacó el alma de esos lugares encerrada en sus mujeres, para dárnosla en este libro”. Borges fue aún más rotundo: “es de los pocos libros felices que hay en la tierra”.

Los abuelos de Hudson eran ingleses; sus padres, americanos, se casaron en Boston y en 1833 emigraron a la Argentina. Se instalaron en “Los veinticinco ombúes”, donde criaron ganado vacuno y lanar.
Allí nació el 4 de agosto de 1841, William Henry Hudson. Se enamoró del paisaje y lo recorrió sin parar. Le gustaba cabalgar, observar los árboles y los pájaros. Exploró ese paisaje pampeano soñando con el campo inglés. Joven, visitó nuestro país, al que guardo en su corazón y describió en la antes mencionada novela.

Tras la muerte de sus padres, en 1874, se marchó; no volvió más. En Londres se casó con Emily Wingrave, dueña de la pensión donde vivía, de quien cuentan que cantaba con bella voz.

Y se dedicó a escribir. Dio a conocer sus libros sobre los pájaros de estas tierras, sus libros como “El Ombú”, “Vida de un pastor”, y sus famosas memorias, las que aparecieron en 1918. Se trata de un clásico libro, que se ha reeditado, llamado “Allá lejos y tiempo atrás” (Acantilado/Gussi), y que fue escrito desde la melancolía, un sentimiento que piensa.

Las páginas de esta obra muestran cómo el mundo del campo de su infancia seguía vivo en su corazón, a través de las hermosas descripciones escritas con una pluma delicada, con la que engañó a la nostalgia. Este libro ha merecido siempre muchos elogios. Pero baste recordar uno, el de la célebre escritora inglesa Virginia Woolf, quien dijo sobre él: “No se desea tanto recomendar esta obra como un libro, cuanto saludarla como una persona…”.

También recorrió la campiña inglesa, observando y escribiendo sobre sus pájaros. Su amor por cuanto lo rodeaba, se refleja en esta pregunta que se hacía cuando miraba la puesta del sol: “¿Qué querrá decir esto?”.
Permaneció ajeno a la llamada “vida literaria” y no fue un escritor masivo, un “best seller”, ya que de haberlo sido (como dice Vargas Llosa) estaría olvidado. Lo admiraban los escritores de su tiempo, como Ford Madox Ford y Joseph Conrad, quien dijo de él: “escribe con la misma naturalidad con que crece la hierba”. Y, por cierto, cuantos autores han venido tras él, así como “los lectores que importan”, para decirlo como el Premio Nobel Eugenio Montale.

Sus libros no han dejado de editarse en momento alguno, y estas memorias están ahora a la mano del lector. Borges diría que son páginas inolvidables, que “siguen viviendo y dando alegría”.
Hudson murió en Inglaterra, en 1922, a los 81 años. Su epitafio, que es justo, reza: “Amó los pájaros y los lugares verdes y el viento en el brezal, y vio el resplandor de la aureola de Dios”.

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Rubén Loza Aguerrebere

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