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Entre el Sí y el No

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Dígase lo que se diga, el acuerdo de paz tiene los visos de una capitulación ante las exigencias de las Farc. Me temo que sea irreversible. No espero nada nuevo del texto final. Me basta haber leído lo que hasta ahora han convenido en La Habana para confirmar alarmas y temores.

Dígase lo que se diga, el acuerdo de paz tiene los visos de una capitulación ante las exigencias de las Farc. Me temo que sea irreversible. No espero nada nuevo del texto final. Me basta haber leído lo que hasta ahora han convenido en La Habana para confirmar alarmas y temores.

Puestas en pie de igualdad como actores del conflicto, las Farc han justificado sus acciones terroristas como hechos de guerra. Así fueron encubiertos crímenes como los de la familia Turbay Cote, el atentado al Nogal, Bojayá, el fusilamiento de los doce diputados del Valle y otras atrocidades que sacudieron al país. Miles de secuestros son presentados por sus comandantes como retenciones y la extorsión como un impuesto de guerra. El reclutamiento de menores no es para las Farc un delito de lesa humanidad sino la libre y espontánea vinculación de jóvenes campesinos a una lucha armada en favor de los oprimidos. El narcotráfico adquirió en La Habana un justificado estatus de delito político y no de una siniestra asociación con los carteles mundiales de la droga.

A esta altura del proceso las culpas se reparten por igual. Pero no las penas. Mientras que para los miembros de las Farc no habrá pago de cárcel sino una teórica y muy benigna restricción de la libertad, quince mil militares se encuentran recluidos en centros carcelarios a la espera de un juicio o pagando injustas condenas. Suerte muy distinta es la de “Timochenko” y demás miembros del secretariado.

Se van a someter a plebiscito unos acuerdos que abarcan desde modificaciones en el sistema electoral hasta un complejo mecanismo para dejar impunes los crímenes cometidos y no resarcirán a las víctimas. Y algo más inquietante, desde el momento en que las Farc puedan designar miembros de la Comisión de la Verdad, queda abierta la posibilidad de incidir en la selección de los jueces que serán encargados de la famosa Jurisdicción Especial para la Paz. Como bien lo dice el expresidente Uribe, queda abierta una senda para que el Gobierno y los comandantes de las Farc procedan como constituyentes. Por otra parte, las zonas de concentración que abarcan neurálgicas regiones del mapa colombiano, serán feudos políticos, económicos y sociales que tarde o temprano se convertirán en una especie de repúblicas independientes.

¿Qué sentido tiene el voto en el plebiscito? Para el Gobierno, el Sí equivale a la paz y el No a la guerra. Con esta bandera, Santos ha lanzado una atronadora campaña. Todo esto viene acompañado de un sinnúmero de anuncios publicitarios que ofrecen a los colombianos avances en temas como la salud, educación, vivienda, carreteras y lo que más nos preocupa a todos: la inseguridad. Son promesas, solo promesas, acompañadas de un incierto futuro. La abstención no servirá de mucho. Es una nula alternativa. El No, en cambio, es un rechazo al peligroso menú que contienen los acuerdos de La Habana adornados con atractivas guirnaldas de la paz. La mayoría de la bancada uribista ha confesado su propósito de votar No. Yo me dispongo a votar como ellos y no somos, de ninguna manera, amigos de la guerra. Incluso, albergo la esperanza de que las Farc se conviertan, al fin, en un movimiento político. En mi caso, y en el de muchos otros, el No debe verse como un voto de protesta por el alto precio, equivalente a una capitulación, del Gobierno de Santos, por una paz que no será completa.

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