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Un héroe imperfecto

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Para el mundo políticamente correcto es, en el mejor de los casos, un héroe imperfecto. Jean-Yves Ollivier nació en Argelia en 1944, tuvo padres afectuosos y una infancia feliz, pero el mundo se le vino abajo en 1962 cuando la Argelia independiente “echó al mar” a casi un millón de argelinos de origen europeo. La familia Ollivier formó parte de aquel éxodo.

Para el mundo políticamente correcto es, en el mejor de los casos, un héroe imperfecto. Jean-Yves Ollivier nació en Argelia en 1944, tuvo padres afectuosos y una infancia feliz, pero el mundo se le vino abajo en 1962 cuando la Argelia independiente “echó al mar” a casi un millón de argelinos de origen europeo. La familia Ollivier formó parte de aquel éxodo.

Jean-Yves perdió pie. Se convirtió en un joven difícil, dejó el liceo, se vinculó a la organización terrorista OAS que había luchado contra la independencia de Argelia. Fue detenido y paso cinco meses en prisión. Aún no había cumplido los 18 años.

Jean-Yves no lo sabía, pero la experiencia y los rencorosos recuerdos de “haber sido echado al mar”, se convertirían en un motor de comprensión y compromiso.

En 1964 emigró a Londres; consiguió empleo en empresas de exportación e importación de materias primas. Descubrió su gran potencial para los negocios, aprendió sus reglas y el trato según las peculiaridades culturales de sus clientes. No ahorró en tenacidad. Se asoció a grandes empresas, creo las propias y no cesó de progresar. Siempre eligió trabajar con países difíciles.

En África trabó relaciones con los hombres fuertes, siguiendo la lección que le había dado Félix Houphouët-Boigny (1905 – 1993), líder de Costa de Marfil: “Si Ud. quiere conocer el África, jamás entre a un pueblo sin estar acompañado de alguien conocido en ese pueblo.” Sobre ese principio logró una vasta red relacional, política y económica. Justificó sus muchas amistades inconfesables diciendo que “hay una diferencia en ser amigo de un régimen y serlo de un individuo. Todos los individuos tienen una parte buena y se puede, en un momento dado, trabar amistad con personas que no piensan como uno.”

Su enorme potencial no pasó desapercibido para Jacques Chirac que lo convirtió en su consejero sobre asuntos africanos. Entonces agregó a sus actividades comerciales “la diplomacia paralela” y, según su propia definición, se convirtió en un “comerciante de política”.

Su primera misión fue negociar la liberación de cuatro franceses secuestrados por Hezbollah en el Líbano, desde mayo de 1985. Lo logró en 1988. Le siguieron otras sigilosas misiones de diplomacia paralela y una creciente relación con los intereses franceses en África. Ahora, Ollivier no solo era próximo a Chirac, ahora primer ministro, sino también al presidente con el que “cohabitaba” difícilmente, François Mitterrand, al punto que trabajó mano a mano con Jean-Christophe, el hijo del presidente, apodado “Papamadit” (Papamedijo).

Estaba listo para una misión histórica que había comenzado a esbozar varios años antes, en 1981 cuando viajó por primera vez a Sudáfrica y vio como los blancos vivían en una burbuja anacrónica: “El país del apartheid, despertó en mí, los recuerdos. Fue como un ‘déjà vu’ de mi juventud en Argelia. Allí, también había una comunidad ciega, que al negarse a compartir ‘su’ país con la mayoría de sus habitantes, corría el riesgo, de ser lanzada al mar.” Se propuso evitarlo.

Toda el África austral era el escenario caliente de los últimos años de la Guerra Fría caracterizada por intrincadas guerras y levantamientos: violencia en los guetos sudafricanos, una guerra civil entre el MPLA, la UNITA y el FNLA en Angola, donde intervenían miles de soldados cubanos de un lado, sudafricanos del otro. También Mozambique sufría una larga guerra civil entre el FRELIMO, apoyado por la URSS y Cuba, y la opositora RENAMO. En Namibia, ocupada por Sudáfrica luchaba la guerrilla de la SWAPO.

En 1987 Jean-Yves Ollivier puso en juego las relaciones y el conocimiento de la región, largamente cultivados. Los negocios eran su carta de presentación: “En ningún momento descuidé mis negocios, puesto que eran la base de mi capacidad para intervenir a favor de la paz”, explicó. Obtenía reuniones con los presidentes proponiendo grandes negocios y luego sacaba el tema político. Durante todo ese tiempo Ollivier, no “era ni visto ni conocido” –así se llamará su autobiografía—salvo como uno de los astutos comerciantes que hacían negocios en África.

Logró algunos amigos en el gobierno sudafricano, a pesar de la manifiesta hostilidad del presidente Botha. Luego aplicó la máxima de Houphouët-Boigny y logró entrelazarse con los principales líderes marxistas africanos, en especial con el presidente congolés Denis Sassou Nguesso. Entonces montó su primera operación. Durante 7 meses negoció un imponente intercambio de prisioneros destinado a “instaurar un comienzo de confianza”. El 7 de septiembre de1987, en el aeropuerto Maputo de Mozambique, tuvo lugar un sincronizado intercambio de prisioneros que llegaban desde todos los países en conflicto. Sudáfrica le concedió la “Orden de la buena esperanza”.

Luego organizó encuentros, unos secretos y otros públicos, entre los gobernantes, culminando con un extraño picnic sin agenda en un rincón perdido del desierto del Kalahari. En medio de la soledad unos estaban obligados a hablar con los otros, sin micrófonos, cámaras o puestas en escena. El resultado fue el protocolo de Brazzaville (13 de diciembre de 1988) mediante el cual cubanos y sudafricanos se retiraron de Angola y Mozambique, se abría el camino para la independencia de Namibia y las bases para la liberación de Nelson Mandela, que se concretaría el 11 de febrero de 1990.

Jean-Yves Ollivier, el “comerciante de política”, aquel argelino echado al mar, había logrado el éxito allí donde la costosa burocracia internacional había fracasado. Mandela ignoraba su importancia. Cuando lo supo no sólo mantuvo la distinción que le había otorgado el gobierno del Apartheid sino que lo ascendió a Gran oficial de la Orden. También recibió la Legión de Honor de Francia. Desde entonces, Ollivier siguió con sus negocios y la diplomacia paralela. En 2013 se estrenó “Complot por la paz”, un documental que saca a la luz pública su insólita historia; en febrero de 2014 publicó su autobiografía al mismo tiempo que participaba de la conmemoración de los 25 años del Protocolo de Brazzaville.

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Luciano Álvarez

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