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Un futuro incierto

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Joaquín Secco García
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Nuestro país es especialmente vulnerable a los efectos de políticas económicas implementadas por países de altos ingresos, economías diversificadas, poblaciones integradas y de alta productividad, que los hacen sumamente competitivos e influyentes en las tendencias mundiales.

Luego de la crisis de Lehman Bros. (2008) y con el objetivo de evitar el contagio hacia el sector financiero, los bancos centrales de los principales países adoptaron medidas para facilitar el acceso al crédito de manera de evitar la cesación de pagos generalizada. Muchos analistas pronosticaron el riesgo de que se generase una nueva burbuja financiera debido al notable aumento de la liquidez mundial derivada de tasas de interés que tendían a cero.

Este desbalance entre tasas de interés y rendimientos de los activos reales llevó a una escalada de los precios de los acciones, mientras los papeles de rendimientos constantes —bonos— permanecían estables. En 2017 las acciones subieron un 27% mientras los bonos de los Estados Unidos a 10 años quedaban a menos del 3%. La normalización de este desequilibrio era cuestión de tiempo y el mismo era el motivo de las especulaciones acerca de un desenlace que no debería demorarse.

Estas decisiones que tienen que ver con la salida de la crisis de los países centrales, favorecieron el crecimiento de las economías emergentes de Asia y África y el aumento de las exportaciones de materias primas de América Latina por el crecimiento de la demanda y los precios de alimentos, minerales y energía.

Así como con el aumento de liquidez nuestro país —junto con el conjunto de emergentes— experimentó un notable crecimiento económico, también hay que esperar que el debilitamiento de las políticas haría conveniente prever cambios significativos para los próximos años cuando nuestros negocios serán más complicados y para el gobierno hubiera sido mejor tratar bien a la competitividad y al futuro en lugar de hacer apuestas tan masivas al populismo.

Vamos entrando lentamente a un clima de complicaciones económicas que ya hace tres o cuatro años que lo tenemos en el horizonte, pero a las tendencias que eran advertidas por todas las academias y todos los políticos del mundo, ahora se le suman nuestras propias confusiones.

No podría haber existido un déficit fiscal tan elevado y persistente que desacreditaba todas las previsiones del propio PE. No podría haberse financiado con endeudamiento y atraso cambiario. No podrían haberse elevado los salarios muy por encima de lo que estaba previsto.

A lo largo de décadas se incrementó permanentemente el déficit de la seguridad social, llegando a la situación actual donde nada parece suficiente. Para culminar, nuestras actividades más competitivas están en crisis de mercados, de precios, y finalmente también de clima. Las exportaciones bajarán, igualmente lo harán los ingresos y aumentará el desempleo y la inflación.

Y todo ello sin mencionar la inseguridad, el déficit educativo, la corrupción en las empresas públicas o la pobreza que perdura al clientelismo. Todas condiciones que harían necesaria una mayor empatía por parte del Estado.

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