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El Uruguay resiliente

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Tomás Teijeiro
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Todos los países en algún momento han transitado por períodos de oscuridad, momentos en los que presente y futuro parecen negros, y en los que a veces se siente que la esperanza se desvanece.

Uruguay los ha sufrido, pero nuestra historia es tan corta que aún no hemos endurecido el cuero, ni generado suficientes anticuerpos para salir airosos de cada una de estas situaciones sin que nos ahogue la sensación de haber perdido algo irrecuperable.

Hay otros países que están bien acostumbrados a los inesperados vaivenes de la vida, y es así que cada crisis por grave que sea los ve resurgir mejores.

España, por ejemplo, es por definición una nación resiliente (sí, una nación, y que Torra mientras piensa en ello, fría espárragos cojonudos). Quizá a veces con una tendencia un tanto inexplicable a no reconocerse ni a ella ni a sus hombres la verdadera valía de sus actos y de su historia, por una modestia mal concebida, por aquello de que la vanidad es el pecado favorito del diablo, o por el sentido trágico de la vida, no lo sé, pero es a pesar de todo y sin dudas resiliente.

Y es así que luego de cada instancia embromada ha visto siempre salir el sol nuevamente, por eso hubo Reconquista, Descubrimiento, primera circunnavegación global, hubo Quijote, hubo Lope y Federico, transición democrática, derrota del terrorismo, y Estado de Derecho. Eso es lo que resume la imagen de Rajoy despidiéndose en las Cortes de todos los españoles a los que tanto sirvió con la frente en alto, y saludando a quien usando los legítimos vericuetos del sistema democrático se hizo de un poder hipotecado a los enemigos de España. No lloró como niño lo que defendió como hombre, y así como fue un caballero cuando tuvo éxito, fue un hombre en la derrota. Uno que marchándose vencido después de cien victorias nos legó nada menos que la imagen de una España donde por sobre todo prima el imperio de la ley.

¿Qué es lo que hay detrás de todo esto? ¿Por qué aunque nos suene tan raro, a la vez no parece tan traumático?

Es porque hay valores inmutables. Valores intrínsecos de una nación que pertenece a un legado cultural, el occidental, que no nos es ajeno a los orientales, y que no debemos permitir que se desdibuje. El interés primordial por el bien común, por la supervivencia de la nación, del Estado de Derecho, y la defensa de las libertades, son algunos de ellos.

Estos valores, son el marco conceptual que ha forjado esa capacidad española de resiliencia a lo largo de siglos de tormentosa historia, y de la que nosotros, como nación joven que enfrenta desafíos internos y externos deberíamos aprender reclamando nuestra herencia.

Pero, ¿cómo hace un país como Uruguay, sumido en la mediocridad y el mediocampismo de un hegemónico y avasallante gobierno que tiene como único objetivo perpetuarse, para zafar de este círculo vicioso de poder y prebendas?

No queda otro camino que buscar agentes genuinos y legítimos de transformación que sean capaces de instrumentar los cambios que resultan necesarios, pero viendo la foto completa.

En un mundo cada vez más polarizado, donde voluntarismo y liberalismo definen por penales, donde los matices ya casi son verso, porque el conservadurismo es la principal característica del mal denominado progresismo que no admite más nada que la imposición de lo que interpreta como voluntad general, solo queda oportunidad de generar futuro con aquellos actores políticos que no son ingenuos, pero entienden al diálogo como instrumento, y no como una muestra de debilidad.

Una forma de ser resiliente, es precisamente esa, desmarcarse de los viejos modos, de lo que ya se sabe, de lo que todo el mundo espera que pase. Algo que por cierto no hace ni hará el Frente Amplio gobernante que no logra superar el estrés postraumático de la caída del muro de Berlín.

Es en este ámbito, entre otros, donde se juega el partido de nuestro futuro como nación.

Así lo entendió el presidente Sanguinetti, a quien hay que reconocerle su tesón y responsabilidad republicana por volver a la arena (aún a pesar de lo que el batllismo representa); lo sabe Mieres, imagino que lo intuye Novick, y lo tenemos bien claro los blancos. Con la diferencia en nuestro caso de que como dijo el tío Ben (aunque algún friki disienta): un gran poder acarrea una gran responsabilidad. Nos toca ir al timón, y quien ocupa ese puesto debe hacer lo mejor para todos los que van en el barco. Para todos.

Nuestro partido es resiliente por naturaleza, nuestros líderes lo son en su ADN, y esto es lo que Uruguay necesita para salir de la crisis de valores en la que nos han hundido estos años de deriva.

En las próximas elecciones no solo se disputarán el poder dos concepciones distintas de país, sino que estará en juego, definitivamente el futuro del mismo: elegiremos entre el desarrollo o el subdesarrollo.

La visión inclusiva e integradora del Partido Nacional es lo suficientemente abierta como para que todos aquellos que capten la importancia del asunto puedan sumarse sin complejos a la tarea de hacer que nuestra nación tal como fue concebida sobreviva a la virtual desintegración camino a la que vamos de la mano de un Estado glotón, inútil, y populachero.

Quienes sigan vendiendo espejitos de colores planteando ilusorias dicotomías existenciales en términos de "oligarquías", "regresiones neoliberales", "pérdida de derechos adquiridos" deberán cargar en su conciencia con la responsabilidad de habernos hundido en la peor de las mediocridades latinoamericanas a través de un discurso pobre y falso.

No es el Partido Nacional el que propone un país partido entre ganadores y perdedores, ni regresiones o pérdida de derechos para nadie, por el contrario, es el único que puede asegurar que esto no ocurra.

Por eso, sabiendo que somos portadores de la llama de la resiliencia que puede salvar al Uruguay, en los meses que quedan hasta las elecciones nuestros líderes tienen que ser bien cautos frente al peligro que representan para los celadores del gordo Leviatán. Para ellos el juego ya empezó, y ya empezaron a tirar patadas y tarascones.

Cuidar la unidad del partido es de sentido común, pero es además una responsabilidad de todos, de nuestros líderes, y de cada uno de nosotros. Que al final de cuentas, ser blanco todo el día es algo que se disfruta a pleno.

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