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Tomás Teijeiro
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Las elecciones de este diciembre en la comunidad autónoma española de Andalucía han dejado clara una lección: cuando los partidos políticos y sus representantes se creen omnipotentes y abusan de su investidura, los pueblos se cansan y evolucionan quitándoselos de encima.

El Partido Socialista Obrero Español gobernó Andalucía por casi 40 años con un altísimo porcentaje de voto cautivo, y aun así no solo no ha logrado retener el poder, sino que obtuvo el peor resultado electoral de su historia.

El clientelismo con el que los socialistas paliaron un desempleo endémico, consecuencia de sus malos hábitos económicos y miope visión de los problemas sociales, fue el escudo que les permitió zafar de los entuertos generados por una corrupción de nivel escandaloso.

Se aprovecharon durante décadas de un pueblo conservador que representa las mejores tradiciones españolas, secuestrándolo a base de dádivas que se vertían a lo largo y ancho de todo el espectro social para garantizar su permanencia en el gobierno y la impunidad, pero al final la realidad pasó factura.

Los recursos son finitos (por más que los economistas rojos nos quieran hacer creer que no…), y llega un momento en que la fiesta se acaba porque no dan los números, (como lo deja claro Muñoz Molina en su libro "Todo lo que era sólido"), y cuando esto pasa los gobernantes de mano abierta tienen que elegir entre quiénes reparten sus dádivas; y ahí se les enreda la yegua, porque siempre alguno queda caliente.

Estas son varias de las causas por las que marchó el PSOE en las recientes elecciones andaluzas, y son muy similares a las razones por las que el Frente Amplio perderá los próximos comicios.

Para atornillarse al poder nuestros gobernantes de izquierda han establecido planes sociales basados en prestaciones que no promueven el desarrollo del ser humano en forma digna ni en su mínima expresión. Han acostumbrado a miles de compatriotas a recibir, sin que tengan obligación de contraprestación alguna, generando así generaciones de NI-NI, de las que luego se espantan, y a las que ni siquiera son capaces de contener cuando se desmadran.

Han soltado la cadena al sindicalismo totalitario y abusador, en desmedro de trabajadores, de empresarios, de Pymes, y de sindicalistas serios, haciendo tambalear a decenas de empresas y poniendo en peligro inversiones y miles de puestos de trabajo, solo por atender el capricho del marxismo trasnochado.

Sin perjuicio de esto, han prorrogado en forma injusta seguros de desempleo, y le han abierto la canilla a cuanto gringo aparece con megaproyectos, creando ecosistemas jurídicos a medida.

Pero, ¿cómo han hecho to-do esto? ¿Quien paga la fiesta? Es muy sencillo; a costillas de la clase media a la que han exprimido hasta el cansancio, sin darle educación, salud, seguridad, ni las más mínimas condiciones para prosperar; dejándole solo el camino del exilio económico para zafar del naufragio del Uruguay Productivo que supieron prometer. Lo que aún queda por aquí de esa digna clase media que construyó aquel país que conocimos, será la que indignada y cansada (como Andalucía) evolucionará pateando el tablero y diciendo basta. Dando al Partido Nacional la oportunidad de gobernar; y de hacerlo bien, como Uruguay merece.

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