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Segundo, Rahner y el Marconi

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A mi criterio Uruguay ha dado pocos tipos tan espabilados como Juan Luis Segundo.

A mi criterio Uruguay ha dado pocos tipos tan espabilados como Juan Luis Segundo.

En el ejercicio del ditirambo, “ese género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo”, nos hemos quedado cortos en cuanto a su figura se refiere.

A pesar de que no comparto algunos aspectos de su obra, y de que en mi ignorancia teológica entiendo que esta tiene elementos que actúan como contaminantes ideológicos, me considero su fan.

Tengo claro a Quién siguió durante toda su existencia, y con eso me basta. Tendencias ideológicas más o menos en su pensamiento y en su accionar no hacen a la cuestión. Su buena fe es patente, y eso sumado a su humanismo merece respeto aún en la discordancia.

Me gusta su ingenio, su septuagenaria rebeldía, su creatividad para abordar con nuevo foco temas con dos mil años de antigüedad, y también su desenfado intelectual y alambicado pienso.

Solo un cura con todas estas condiciones podría ser capaz de escribir un libro sobre el infierno, y solo un cura pícaro como Segundo podría ser capaz de hacer el recuento de cuanta bola le han dado los grandes hombres de fe a este tema, y de cuántas páginas se han escrito al respecto en los últimos años y con qué sentido.

Segundo hizo esto, entre otras sutilezas, en su libro “El infierno, un diálogo con Karl Rahner”, excelentemente prologado por Elbio Medina, contribuyendo como él dice a “construir un pensamiento útil a los procesos de humanización de nuestras sociedades”.

La conclusión a la que llega el autor en cuanto al estudio del infierno, ya en la introducción de su libro, es alarmante: “existe una clara incomodidad en tratar este punto”, y comenta también: “la peor manera de descartar un dogma, si es que ya no se lo tiene por tal o por ser necesario formularlo de otra manera, es crear el silencio en torno a él sin explicar por qué”.

Los sucesos del Marconi y el anunciado ajuste fiscal, me han llevado a pensar en que el gobierno padece del mismo mal que la teología en algunos aspectos después del Concilio Vaticano II, la fractura social ya es indisimulable, se les ha ido de las manos, y no obstante, como en el caso del estudio teológico del infierno, “existe una clara incomodidad en tratar este punto” y la única solución a la que apelan es “crear silencio en torno a él sin explicar por qué”.

Las religiones tienen dogmas, y son duramente criticadas por eso. Es lógico que los tengan, y también es lógico que quienes no las profesan vean en ello su punto de debilidad y las critiquen. Son las reglas de juego.

Un dogma en política es básicamente una forma de pensar, unas ideas que no pueden ponerse en tela de juicio sin comprometer al sistema que sustentan. Y esta mal, muy mal, dado que en política el único norte debería ser el bien común. Por esto generalmente cuando un sistema político es dogmático es autoritario.

Ahora, si bien esta columna se inspira en un pensador religioso-social, y en un análisis de un tema de origen religioso directamente vinculado al binomio bien-mal que en definitiva afecta al hombre y a cómo éste se organiza, el tronco de la misma no va por lo religioso sino por tratar de demostrar por analogía el error de algunas políticas públicas a las que el gobierno nos somete, precisamente por ser rehén del vetusto dogma que lo rige, y que increíblemente tiene más arraigo en las filas más imberbes del oficialismo que en las más curtidas pero sumisas que corcovean creando silencio ante lo que ya no creen, ante lo que no se animan a descartar.

No ver la precipitada caída en la que está nuestra sociedad sin valores, no ver que el asistencialismo de los últimos tres gobiernos solo ha creado más exclusión y fractura, no ver que los excluidos son dos bandos -uno bien comido, abrigado y educado que vive de cara al exterior y socializado con el mundo, y otro mal comido, que accede a servicios de educación y salud en forma irregular, socializado como puede en un mundo alambrado y sin futuro (que los Pistols describieron muy bien), y que entre estos dos bandos de excluidos con y sin suerte, a los bandazos navega la clase media tratando de zafar de la tormenta y de no perder su identidad, poniéndose a comer rúcula o viendo disiparse sus valores en la nueva escala del No Future- ya no es de ciego, es de negligente, en el mejor de los casos.

No comparto la idea del presidente Sanguinetti de que en el Marconi faltó Estado, al Uruguay le sobra Estado, y más Estado es lo que vamos a engordar con el ajuste.

Lo que faltó para con la gente del Marconi, así como falta para con tantos orientales todos los días, es solidaridad, es practicar humanismo ante los problemas del otro. Es compromiso con un futuro mejor y más digno, buscando caminos prácticos apegados a la ley, y no juzgando parados desde el olimpo del dogma y la inmadura utopía, esgrimiendo aires de superioridad moral no merecidos.

Rahner decía que el hombre se enfrentaba a la opción radical por el sí o por el no frente a Dios. Siguiendo con la analogía, nuestros gobernantes se enfrentan en este momento de crisis también a una opción radical: hacer o no hacer lo correcto, despojándose de ataduras ideológicas inservibles.

Las especulaciones electorales, y el increíble dogmatismo arraigado hasta el magma de las estructuras del partido de gobierno, hacen muy previsibles sus comportamientos.

Mimetizándose con la exclusión en cualquiera de sus dos versiones (que las hay de los dos bandos en el gobierno) en una espi-ral electoral cortoplacista autodestructiva para ellos y para el país, no harán historia ni contribuirán con el bien común; tampoco la harán soñando con la Patria Grande y mirando para el costado cuando se trata de los abusos de sus amigos caribeños, y espantándose ante el supuesto imperialismo del que han sido cómplices toda la vida, incluido el PCU.

Hemos perdido nuestro “sello original”, “carecemos de criterio propio en las cuestiones externas”, “recibimos opiniones prestadas”, y en este camino nuestra sociedad se deshumanizó, y también perdió el pensamiento útil para esto, del que hablaba al principio.

Les incomoda tratar estos temas y los esconden creando silencio como dijo Segundo, para mantener con inseguridad el tambaleante dogma que los guía; no deciden si hacer o no lo correcto como dijo Rahner, y aquí estamos nosotros viendo cómo el Uruguay es cada vez más pobre.

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Tomás Teijeiro

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