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Salto, en el vacío

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Tomás Teijeiro
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Uruguay es un país completamente centralista y además cerrado al mundo.

Así fue diseñado por el voluntarismo que gobernó durante gran parte del siglo XX y lo que va del XXI, contra el que las excepciones descentralizadoras y aperturistas tuvieron que lidiar duramente, obteniendo con mucho ingenio y sacrificio, por desgracia, magros resultados.

Esa preponderante concepción errónea y corta de miras de entender la vida nacional, se fundamentó básicamente en concentrar el poder (en Montevideo) y establecer mecanismos de dominación (de eso trata no abrirse al mundo o establecer protecciones), para tener el chiringuito controlado según los intereses de los que llevaron y llevan la batuta.

Esa forma de pensar el país, tan utópica y ajena a la realidad cuajó sólidamente en la conformación de la uruguayez tal como la conocemos y sufrimos.

Me refiero a "uruguayez" como definición de una forma de ser y de comprender las cosas, de una cultura política afianzada en parte de nuestra sociedad, que se centra básicamente en mirarse el ombligo, no reconocer las realidades globales y cómo nos afectan, en esperar románticamente papando moscas que el mundo nos contemple, soñar con la inalcanzable igualdad material, y a vivir rememorando viejas y/o inexistentes glorias cuyo recuerdo de nada nos sirve hoy (salvo por el Estado de Derecho que alguna vez tuvimos).

Pero, como dicen en Galicia: "a cada cocho le chega su San Martín", y así es que la globalización que nadie vio venir junto con la revolución digital se está llevando puesta a la uruguayez, por más que esta no lo quiera creer y se haga la dormida mirando para el costado esperando que la ilusoria garra charrúa la rescate de lo inevitable.

Mientras seguimos parapetados en la fortaleza del Mercosur viendo flaquear nuestra despensa, la brecha digital abierta en las antiguamente inexpugnables murallas del proteccionismo barrial nos hace cada vez más vulnerables; porque el mercado y la iniciativa privada pueden hoy más que los controles artificiales pergeñados por cerebros de escritorio, y de esta manera la centralización y la falta de oportunidades se hacen cada vez más pesadas, y más injustas para un montón de compatriotas que no tienen herramientas para defenderse en este mundo global y tecnológico. La comarca ya no es la comarca (si no preguntar a Frodo), y no se puede gobernar con antiguos paradigmas, porque hasta los paradigmas han quedado obsoletos.

Veamos un ejemplo.

Después de Montevideo, Canelones, y Maldonado, Salto es el departamento con mayor concentración de habitantes del país.

Se destaca por un gran pasado, por ser cuna de estupendos futbolistas, por las termas, las naranjas, la uva Harriague, Horacio Quiroga, Enrique Amorim, las visitas de Borges, la represa, y un sol que brilla fuerte. Pero no quiere decir nada.

Como todo en la vida, también tiene su lado oscuro.

A pesar de contar con centros de formación, universidades, hospitales públicos y privados, ha quedado para atrás. Quizá víctima de un centralismo que implacablemente le ha dado la espalda, o que creyó que apostar por lo público era la solución a los males del mundo.

Así es que además de contar con un bagashopping (denominación digna de un monstruo bastardo extraído de un bestiario borgiano…) como monumento viviente al Estado ausente, ostenta además otros tristes logros.

1- La desocupación. Hace casi un año, el coordinador general del Pit-Cnt en Salto estimaba la desocupación en el entorno a un 17%. Sobre fines del 2017, incluso algunas fuentes referían a que el mismo se situaba en un 20%. (Claro que para el gobierno no pasa del 12%...)

Según algunos actores políticos es el departamento con mayor desempleo del país.

2- Irregularidad en el trabajo. Según el informe "Mercado de trabajo, análisis para el período 2006-2016" del departamento de Ciencias Sociales, del Cenur litoral norte, Salto se sitúa con un 10% más de irregularidad en el trabajo que el promedio nacional. Esto es que o bien los trabajadores no se encuentran registrados ante los organismos de seguridad social, o bien lo están en forma que no refleja su realidad laboral. Por lo cual, sus derechos están siendo seriamente vulnerados.

Que quede claro: en un entorno de desocupación y trabajo irregular la gente no se defiende ni da batalla por sus derechos, lucha por sobrevivir, que no es lo mismo. Es decir, otra vez el Estado que se pianta...

3- Aumento de la delincuencia e inseguridad. Con el incremento en la oferta de drogas ilegales según la constatación del aumento de bocas de venta, y la necesidad de la policía de contar con vehículos blindados para acceder a determinados barrios, la seguridad ciudadana está en vilo.

4- Incremento de los asentamientos. Según estudios estadísticos publicados y referidos en prensa, entre el año 2011 y el 2017 el departamento de Salto pasó de contar con 20 asentamientos, a un total de 27 calificados como de alto riesgo. Es decir que una gran cantidad de personas viven en situación de precariedad sin servicios básicos y en situación de vulnerabilidad.

¿Qué pasó entonces con aquel departamento pujante donde la actividad privada era el motor del desarrollo? Simplemente se quedó, co-mo lo hizo gran parte del Uruguay. La economía tradicional es lenta en adaptarse a la nueva economía, y si esto es tortuoso, allí donde la centralización amarretea recursos y además falla la educación, más difícil es aún que las personas se adapten al nuevo mercado laboral con sus exigencias de inseguridad y flexibilidad. ¿Có-mo puede recuperarse algo así? Con políticas de Estado, con orden, proyección, y una buena y sistemática apertura comercial se puede volver a construir futuro. No es una fórmula secreta. Varios intendentes lo han hecho antes, y otros lo hacen hoy. El gobierno departamental de Salto aún no se entera. Y el departamento se asoma al vacío.

Pero por suerte así lo han entendido (casi en un acto de fe), Carlos Albisu y su equipo, quienes vienen trabajando incansablemente desde hace años por poner a Salto nuevamente en la senda de la prosperidad y el derecho.

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