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El reino del Derecho

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Tomás Teijeiro
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Tener que enfrentarse una vez cada tanto a un "nuevo documento en blanco" en Word para escribir sobre temas de nuestra actualidad puede resultar una experiencia frustrante. Hay males mayores, lo sé, pero igual es un embole encarar esta realidad tan uruguayamente gris.

La verdad, ver como decae nuestra democracia como consecuencia de que el plenario del partido de gobierno toma (sin vergüenza alguna y en base a prejuicios ideológicos) decisiones que nos afectan a todos y que deberían decidirse en el ámbito institucional correspondiente, que miembros de un gobierno derrotado se desbocan en actitudes autoritarias y de mal gusto consecuencia de su sensación de que se les acaba la changa, que la agenda política que pauta el Frente Amplio se parece más a un reality show que a una conducción seria de una nación en crisis, y que los dirigentes sindicales están más preocupados por Lula que por la competitividad y los que trabajan en Uruguay, resulta tan decepcionante que a veces dan ganas de abstraerse totalmente. Cuando me dispuse a escribir esta columna dudé varias veces sobre si no era más productivo dedicarla a comentar la última película de los Avengers, pero bueno, aquí estoy haciendo lo que me enseñó el padre de un amigo, tirando para adelante con la quilla hendida en las aguas embravecidas.

Buscando cambiar el tono onettiano con el que arranqué, en lugar de ponerme a describir lo patético de nuestra coyuntura trataré de describir otros paisajes más alentadores confiando en que si por distracción alguien me lee, estas líneas puedan por lo menos servir de humilde aliciente para alguno de los habitantes de este país que luchan día a día por cambiar la mediocridad en la que nos tienen sumergidos Leviatán y sus celadores de turno.

A veces cuesta, en la inmediatez de la realidad digital en la que vivimos, separar lo accesorio de lo principal, y aún es mucho más complicado abstraerse para razonar la cotidianeidad en términos generales, con una amplitud de miras que nos permita ver en perspectiva lo que verdaderamente sucede, y así valorarlo con justicia.

Abraham Lincoln fue un hombre con luces y sombras, como todos. Hoy es considerado sino el mejor, uno de los mejores cinco presidentes de los Estados Unidos. No obstante, siempre me pregunto como lo verían sus contemporáneos. ¿Qué pensarían de él? Fue comerciante, también militar, perdió y ganó elecciones, proclamó la Emancipación, impuso los derechos civiles, manejó fondos públicos sin control, suspendió el habeas corpus, padeció la sangrienta guerra civil, y fue artífice de uno de los mejores discursos de la historia. Pero ¿cómo se lo juzgaría en su momento? ¿Cómo lo verían a él y a sus acciones sus conciudadanos? Debe haber sido muy difícil emitir una opinión en esa época sin pifiar, este tipo de gestiones solo se ven en perspectiva, y seguramente en un mundo mucho menos conectado e inmediato como el de Lincoln, aventurar un comentario justo sería un huevo.

Hoy no es así.

En Uruguay tenemos claro que vivimos un desastre, nuestras instituciones están tan devaluadas, nuestro Estado de Derecho tan machucado, que solo un tonto no se entera que no le vendemos a nadie aquello de que somos un oasis de garantías y seguridad jurídica. ¿O no es acaso eso lo que aprendimos del episodio de las prebendas a la eventual y futura pastera? Si el gobierno no les garantizaba todo ni nos miraban… El que se quema con leche... ¿De qué certezas y seguridades hablan entonces?

Pero no todo el mundo es igual.

España, por poner un ejemplo cercano y conocido, no es así. Es el Reino del Derecho. En los últimos cuarenta y pico de años demostró ser verdaderamente un país de primera. (Como el que nos prometieron…)

Pasó de un gobierno totalitario a una democracia plena mediante una verdadera transición. Juan Carlos I y Adolfo Suárez zurcieron una reconciliación y una salida del autoritarismo, que por más que quisieron emular por aquí los de la comandita del Club Naval, no fue ni parecida. Carrillo pudo enfrentar como un hombre a Tejero. A Wilson lo enjaularon como a un bicho para asegurarse la victoria. Dios sabe que solo por una razón podría creer en colorados.

Felipe González, José María Aznar, y Zapatero (aún con sus patinadas) pusieron a España en la senda de la modernidad, de la seguridad, de las garantías, y ayudaron a consolidar un Estado de Derecho sin parangón, como el que ha sobrevivido a las duras pruebas que ha pasado a resguardo del Presidente Rajoy.

Así como debe haber sido difícil juzgar a Lincoln, debe resultar complicado para algunos valorar hoy a Mariano Rajoy en su justa medida. Su partido esta manchado por la falta de ética de algunos personajes, sin embargo, este gallego al timón devolvió la prosperidad económica a una España a la que los socialistas dejaron al borde del rescate, salvó la dignidad entera de un país cuya historia de hidalguía no es menor, mantuvo inquebrantable un sólido Estado de Derecho frente al delirio secesionista catalán, y ante la reciente derrota (que no es otra cosa) de la banda de asesinos terroristas dejó claro que los protagonistas son las víctimas, no los victimarios. Que para estos sociópatas, por más perdón que pidan, lo único que cabe es el imperio de la ley: persecución de sus crímenes, debido proceso, y castigo. Nada más.

Estaría bueno, que así, mirando las cosas con perspectiva, aquí en el lejano Sur, alguno de los graciosos que aquel día manifestaron en el Filtro asuman también sus responsabilidades, hasta para con los suyos. Tantas veces han repetido el mantra de "ni olvido, ni perdón" que se han olvidado del verdadero significado de las palabras.

Ni olvido, ni perdón, es lo que ha garantizado el Estado de Derecho español a las víctimas.

Por aquí andamos lejos de eso, a los tumbos, mareados, perdidos en ridículas letanías sesentistas fuera de la realidad.

Hace cincuenta años de los eventos del sesenta y ocho que a tantos esperanzaron, hacen también cincuenta años que ETA asesinó por primera vez.

Podríamos dejar de pensar en el pasado, tomar el ejemplo de España, olvidarnos del plenario y de las bases, reconocer en las instituciones y el Estado de Derecho los pilares del desarrollo, mirar al futuro y dejarnos de embromar.

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