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A pensar, Uruguay

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TOMÁS TEIJEIRO
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En el mundo vertiginoso actual en el cual se prioriza lo inmediato, y donde parece que los conocimientos son tan fáciles de adquirir como saltar de link en link por la web, pensar más o menos bien es todo un desafío. Y no es cuestión de educación, sino de ganas.

Las naciones maduras se imponen a sí mismas la responsabilidad de analizar con fundamento los temas que resultan trascendentes en la coyuntura, pero siempre con perspectiva de mediano y largo plazo. Las personas deberían hacer lo mismo.

Y hacer todo el esfuerzo de pensar bien es fundamental, porque en la vida personal y en sociedad, quizá la máxima más importante es la que manda a hacer lo que es debido. Y cuando se piensa en cómo hacer lo que se debe, siempre, al final del día surgen los dilemas vinculados básicamente con la moral y la ley. Y es ahí donde se enreda la yegua.

¿Qué es lo que está en juego cuando se razona si estuvo bien o mal el gobierno anterior en comprar el famoso avión y el gobierno actual en venderlo? ¿Qué valoramos cuando advertimos que vivimos en una sociedad que goza más de la nostalgia del pasado que del aprovechamiento del presente y las perspectivas de futuro? ¿Por qué generó debate sostener que la política puede estar por encima de lo jurídico? ¿Es el suicidio asistido un procedimiento legítimo?

Si seguimos a Sandel y tratamos de poner el foco en los valores que están en juego, detrás de estas cuestiones advertiremos que sin perjuicio de que al final del camino nos enfrentaremos a una disyuntiva de estricto carácter filosófico, a priori nos daremos de frente contra la realidad que tras la discusión que suscitan estos problemas están valoraciones bastante básicas, pero no por ello despreciables, que tienden a atender a la libertad de las personas, a potenciar su bienestar, y a promover la virtud de los individuos, y por ende de la sociedad en la que están inmersos.

Es así que tras la discusión sobre el avión, vemos que el partido se desarrolla en la cancha de la virtud, y que lo que está en juego no es ni más ni menos que la valoración colectiva que se tiene sobre el éxito. Luego de décadas en las que se alentó la mediocridad y se sembró sospecha sobre to-do lo que iba bien, a todas luces es claro que en Uruguay se condena el éxito.

La contracara de dicha posición es que se relativiza el fracaso. Se lo normaliza e incorpora, pero no en plan de superación o aprendizaje, sino de conformismo. Solo así se entiende que se critique a un gobierno que casi tuvo que pagar por sacarse de encima un juguete heredado, y no se condene al que pagó de más por un objeto casi obsoleto y caro de mantener. Uruguay vive en un estado latente de nostalgia permanente, añorando un pasado mejor.

El país de la suerte gloriosa de Maracaná, de las vacas gordas, la Suiza de América, y donde el triunfo y el bienestar, sin lugar a dudas fueron consecuencia de una mezcla de azar y factores externos, y no necesariamente de la planificación y el trabajo duro de los orientales. Aquí se mezclan las maneras de entender cómo evaluar y potenciar a la virtud y promover el bienestar. ¿O acaso el manejo de la pandemia que liderada por el GACH ha realizado la sociedad oriental entera no es algo mucho más virtuoso y a favor del bien vivir de todos que los artificiales y azarosos logros de los años cincuenta? A fin de cuentas, gracias al GACH vivimos más libres y mejor que muchos de los países más desarrollados.

¿Cuando se planteó la cuestión pública de si lo político podía estar por encima de lo jurídico, qué estaba en juego? Nada más ni nada menos que la concepción de la libertad. La libertad individual y la colectiva. Detrás del supuesto pragmatismo de dicha expresión coloquialmente referida a lo Viejo Vizcacha, no hay otra cosa más que dos maneras de entender el mundo: a) la política, y quien sea el ungido mesías que la interpreta, marcan el camino que consideran correcto para todos, y b) la ley, general y abstracta garantiza los derechos de todos y nos pone a salvo del gobierno y los gobernantes.

Algún día superaremos el engaño sudamericano de creer que solo en rousseauniano francés se honra a la libertad y advertiremos que el dogma filosófico nunca puede ser la norma de la organización pública. ¿Qué está en juego cuando se evalúa una legislación facilitadora del suicidio asistido? A priori parecería que el bienestar del que sufre y el respeto de su voluntad. Pero en una mirada más profunda es fácil advertir que en un mundo donde los cuidados paliativos y la mitigación del dolor son moneda corriente, el bienestar no se puede jamás potenciar con algo tan paradójico como promover la muerte misma, por más inevitable o próxima que esta parezca. Porque la muerte, que es tan humana como la vida misma, inevitable siempre lo es.

Aquí están en juego la virtud y la libertad. Pero nada más ni nada menos que ambos valores en su máxima expresión. En la más alta. En aquella que entronca directamente con la dignidad de la persona. Sí, con la dignidad del hombre incluso desprovista de cualquier carga trascendente que cada cual quisiera asignarle de acuerdo con sus creencias o en ausencia de las mismas. Dignidad basada en la propia existencia, en la naturalidad de la creación, y en la debida naturalidad del fin.

Aquí parecen quedar fuera de juego momentáneamente el liberalismo, el utilitarismo, el voluntarismo, e incluso el libertarismo (que en estos aspectos suele ser más radical y fagocita al penúltimo). No es raro ver como voluntaristas adeptos al welfare state en su máxima expresión aquí incoherentemente acaban abrazados de los libertaristas al grito de “soy mi propio dueño”. Alcanza con preguntarse: ¿vale menos la vida de quien sufre que la de quien no lo hace? ¿Por qué sería legítimo asistir para el suicidio a un enfermo terminal, e ilegítimo a alguien que en su sano juicio decidiera poner fin a su vida?

En momentos en que el país se debate entre muchos dilemas e inconvenientes generados por las difíciles circunstancias actuales, que las personas, pero sobre todo los actores sociales, le pongan ganas a tratar de pensar más y mejor no vendría nada mal. No es momento de azuzar fantasmas, es momento de estar espalda con espalda, ser libres, muy responsables, y sumar neuronas para hacer lo que se debe.

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