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Sobre la libertad

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TOMÁS TEIJEIRO
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En 1859, John Stuart, el segundo de los Mill, publicó la obra -On liberty- que da título a esta columna. Con influencia de su padre, de Ricardo y de Bentham, su trabajo marcó un hito en la historia del liberalismo.

Agregando a este su visión utilitarista (simplificando: lo mejor es aquello que ha-ce felices y otorga bienestar a mayor cantidad de personas); entiendo que fue uno de los grandes saltos para delante de la filosofía liberal desde Locke, y que no veríamos algo similar hasta Mises y Hayek ya en pleno Siglo XX.

La idea que atraviesa la producción de Mill, y también la del pensamiento liberal -conviene recordarla siempre- es la de priorizar la libertad individual poniendo coto al poder del monarca; en nuestra realidad fijando límites al poder del Estado y a su capacidad de coartar los derechos del hombre. Es decir, evitando que el Estado se meta en aquellos temas que son competencia única y exclusiva de las personas.

Todo esto, en contraposición con los dislates igualitaristas rousseaunianos que tanta desgracia y prepotencia provocaron en su época. Macanas disfrazadas de ciencia que sobre fines del Siglo XX y principios del XXI volverían para revitalizar al voluntarismo que en franca decadencia desde la caída del muro de Berlín y el colapso del socialismo real se refugiaría con esa inspiración en los populismos progre que tantos países padecen. Y donde la poca contemplación del individuo y su libertad han llevado a un autoritarismo descafeinado (como en la España socialcomunista de hoy) o sin disimulos como en Venezuela y Cuba.

Fácilmente se aprecia que todo esto no es historia antigua de la filosofía sino que es un debate con plena vigencia aquí y ahora en este Uruguay que en los confines de Occidente por fin se ha decidido a reconocer y valorar -como lo indican las encuestas- su vocación por la libertad. Vocación que hay que sostener y defender, porque no es ni más ni menos que el centro del debate público actual. Es sobre la libertad.

“Si fracasa la libertad responsable, fracasa la humanidad” sostuvo con serena firmeza el Presidente. Y enseguida se oyó el contrapunto. Mujica calificó a esto como un “trágico ucronismo” argumentando sobre la necesidad de implementar medidas más restrictivas porque “a la humanidad hay que quererla como es” e instó a “cumplir con el pedido que nos hace la ciencia y apagar todo”. Juan Pedro Mir dijo que se “transfiere la responsabilidad pública a la esfera privada” siendo para él “un mensaje antibatllista, radicalmente privatizador y esencialmente herrerista, que ha prendido en gran parte de la ciuda-danía, y que rompe con el vínculo del sujeto con el Estado batllista desde 1904”. Fernández Galeano agregó “Jamás se le ocurrió a nadie querer resolver una pandemia con libertad”.

Se aprecian visiones distintas en nuestro país. Quienes creemos en el individuo (y no hablo de creer en el individualismo, sino de creer en las personas) como ser capaz de tomar decisiones correctas para sí, para su entorno y para la sociedad en general en libertad, y quienes adhieren a la tesis que los derechos del individuo deben ser retaceados (véanse las citas líneas arriba), avasallándose así su voluntad, su autonomía, su propiedad, y su libertad.

Es así: quienes interpelan al Presidente, y rechazan la idea de libertad responsable (la idea más disruptiva y verdaderamente progresista que el país ha adoptado en décadas generando ahora sí un maduro vínculo de compromiso de los individuos como integrantes de la sociedad civil con el Estado), se oponen a lo que se entiende por libertad moral. Es decir, a una de las ideas que destaca en las sociedades más desarrolladas en cuanto aprueba una actitud subjetiva en la que puede guarecerse válidamente cualquier persona al rechazar imposiciones sociales o aceptar e incorporar obligaciones de acción.

¿Dónde está la verdadera libertad del individuo si no es en su capacidad de someterse voluntariamente a lo que es correcto? Traducción a la casuística cotidiana: adoptando conductas que reduzcan la propagación del virus, por ejemplo.

Esto abarca mucho más que lo que pretenden quienes se oponen al concepto pidiendo cuarentena y renta básica, porque comprende aquellos campos donde hay norma positiva, y donde no. Es decir a todos nos obliga la ley escrita, pero también nos obliga lo no escrito en virtud de la libertad responsable y la moral. Es por esto que la misma no falla. Es por esto que no fracasó la humanidad.

Y es por esto precisamente que fracasaron todas y cada una de las ideologías y regímenes voluntaristas en el mundo. Por antiantropológicos.

La historia nos ha dado sobrados ejemplos de esto. La historia también nos ha enseñado que nunca debe subestimarse la capacidad de las personas, ni pretender sustituir su voluntad por la voluntad general.

Quizá el ejemplo más contundente es el que demuestra que la vanguardia iluminada por la que unos pocos intentaron alguna vez adjudicarse el derecho a decidir por los demás fue la falacia más trágica de la historia global y nacional.

Aquí no hay puja ni contraposición entre herreristas y batllistas como algunos pretenden. Ni transferencia de la responsabilidad pública a lo privado. Aquí lo que hay es un fuerte consenso entre una mayoría de orientales (blancos, independientes, colorados, cabildantes, y muchos más) de los más diversos orígenes políticos en pos de un solo interés común: transitar por esta crisis con la mayor libertad y atendiendo de la mejor forma posible a quienes lo necesitan.

Reconociendo que la responsabilidad primera es la de los individuos como miembros capaces, maduros, y espontáneamente solidarios de la sociedad. Quizá a muchos el pragmatismo, la sensibilidad sin postureos, la ecuanimidad, y la ausencia de dogmatismo los desconcierta porque no conocen otra cosa más que el dogma y la utopía. Es tiempo de sumar, el país necesita de todos.

Es tiempo de libertad. Tiempo de entenderla y de defenderla.

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